Por Picheleira
traen el silencio y su quietud, las palabras a medio pronunciar y las miradas que a esa hora se guardan en los cajones. Un deseo recorre los pasillos y besa los sillones, un anhelo que se hace carne poco hecha, dos amantes, tres amores, un sueño que se hace irrealidad, un tórrido romance que llena de vaho los cristales y las lágrimas de las lámparas, allí donde se apartan las mesas y se aprietan los decretos asustados y se miran asombradas las ordenanzas, un rugir amodo que araña las moquetas que ayer fueron y donde hoy solo quedan sus pisadas, cuentos de siempre escritos con los dedos en las paredes, una historia de amor en la esquina de un libro ajado que es siempre la misma página sin acabar de leer, la del ayer que nunca llega, cuerpos que se cubren en la angustia de su sombra sin luz en la senda, la refriega de los cuerpos que se buscan, hambrientos de sed, sedientos de amor (…)
(…) Luna sin noche en Raxoi donde la carne es afán, los
amantes se miran, los deseos se externalizan y Cupido ya ha escupido sus dardos,
cortinas devoradas, los tapices cobran vida y los bustos se tapan los ojos con
las manos azorados, el amor todo lo llena, el amor cura el amor, es el precipicio
de los romances tórridos (….)
Ruidos en la sala de juntos, es el crepitar de
los cuerpos, donde arden los brazos y los dedos, brillan los ojos, resuenan los
labios sin sus besos, todo es amor y canela, todo es teología, la mitología que
se hace romance, los colecamiños se esconden y se abrazan las cinturas. Y es
allí donde el niño Martiño abre la puerta trémulo y melifluo, con el miedo que
infunde el valor, y sus ojos, ahítos de ellos mismos, descubren la felonía:
-¡Padres!,- grita el hijo.
-¡Hijo!,- responden las voces que habitan la oscuridad,- cierra
la puerta, leñe.
(…)
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