Por Lupe Castiñeiras
Si de algo debemos desconfiar es de aquello que más
confianza nos transmite. Porque sí, porque así somos. Y por ese motivo nos
reímos de los asuntos serios y no nos volvemos serios si no es para tomar
impulso. Cada vez que escuchamos hablar a alguien de regeneración nos da la
risa, tonta, o la carcajada, que es la hermana lista de la media sonrisa con la
que viven los más tontos. ¿Nadie ha visto reír a una oveja? Pues esa es la sonrisa
que nadie nos debe robar, nos dicen No nos gusta cuando nos repiten que hay que
regenerar tal o cual cosa, lo mismo la democracia que la despensa. Pero entre
regeneración democrática y catarsis asertiva nos quedamos con lo nuestro, con lo
del pueblo, con lo de la gente de verdad.
Porque resulta que no, no nos han robado la democracia, nos
han robado el poder de hablar, la fuerza quimérica del lenguaje. No hay que
regenerar la política sino la manera de hablar. Lo que nos han robado unos y
otros, los profetas de ayer y los mesías de hoy ha sido el lenguaje, y eso es
lo que tenemos que recuperar. No habrá cambio en nuestra sociedad mientras no
volvamos a llamar a las cosas por su nombre. Volver a llamar a las cosas por su
nombre, esa es la regeneración que nos salvará como sociedad. Volver a llamar a
las cosas estupidez, imbecilidad, gilipollez o memez por muy alcalde que sea
quien lo haga.
Cualquier espectador atento podrá comprobar cómo arde Roma
y, asomado a un balcón, los políticos por turno tocan la lira, la cítara o lo
que quiera que tañera el Nerón de entonces. La lírica actual como remedo de la
flauta de Hamelín. Inventar palabras, expresiones, situaciones. Todo mentira. A
los ciudadanos nos han robado el poder, y ese poder absoluto no es otro que el
de llamar a las cosas por su nombre, es nuestro último patrimonio, nuestro
último cartucho.
Solo cuando nos atrevamos a volver a llamar estupideces a
las líneas rojas, mentira a las propuestas, cuando volvamos a usar términos
tales como trepas, aprovechados, ladrones, caciques, volveremos a ser un pueblo
digno. Solo cuando volvamos a sentir el poder de llamar ‘mentiroso’ a quien
miente, ‘estúpido’ al que hace una estupidez, ‘charlatán’ a quien pretende vendernos
la luna, ‘dictador’ a quienes pretenden someternos o ‘ladrón’ a quien roba de
las mil maneras posibles que recoge el diccionario, solo entonces el pueblo de
verdad, y no ese del que hablan los arribistas, volverá a sentir su dignidad y
su poder.
Porque solo cuando volvamos a atrevernos a decir sin
complejos que lo que ha dicho el Alcalde ha sido una gilipollez, que lo que ha
hecho ha sido una imbecilidad, que su actuación ha sido una mamarrachada, o que su actuación ha sido una payasada,
volveremos a ser libres. Hasta entonces será él quien mande sobre nosotros. No
se trata de ser una persona mal hablada, sino de llamar a las cosas por su
nombre y a quien las practica por lo que representan. Solo cuando podamos decir
libremente que su concejal es un vividor, su concejala una inútil y lo que él
llama ‘pueblo’ un rebaño agradecido que come de su pesebre, podremos sentirnos
libres. Solo cuando digamos que dar dinero a su mujer es de sinvergüenzas
podremos mirarnos a la cara. Todo lo demás son soles al brindis. El valor de
decirle al que se esconde tras una legítima libertad de expresión que lo ha
dicho o hecho es una sinvergonzonería. O que determinadas damas que se arrogan
la custodia del poder moral de la sociedad es solo una patética y ridícula
desubicada que nos recuerda a la Gloria Swanson de aquel ‘crepúsculo de los
dioses’.
Si no somos capaces de recuperar el lenguaje para el pueblo,
de nada nos servirá creer que podremos recuperar la democracia. Volvamos a llamar
a las cosas por su nombre y estúpido al que hace estupideces, solo así
lograremos de nuevo ser libres y dignos. En política las acciones son
discutibles, pero una imbecilidad siempre será una imbecilidad por más que el
haga el alcalde, y por más que haya ganado unas elecciones y por más que tenga
tal o cual representación. Negar esta realidad es negarnos a nosotros mismos y
convertirnos en ovejas o ratas que marchan al son de un flautista. Y si no lo
conseguimos, habremos hecho lo que debíamos. Parece sencillo. Pero no lo es. Si
alguna genuina riqueza tenemos los ciudadanos es la de la palabra, y esa
palabra es la han secuestrado los políticos. Volvamos a hacerla nuestra y nos
regeneraremos como ciudadanos. Solo entonces, cuando volvamos a llamar a las
cosas por su nombre los políticos se darán cuenta de que no son nada y podremos
volver a decir, soberanos, que al igual que aquel emperador del cuento, el
Alcalde va desnudo.
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
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