DE LA “LEI DO HÁBITAT GALEGO”
No estaremos tranquilos con el nuevo Ministerio para la Igualdad hasta que nos expliquen aquello de iguales a qué. Por de pronto, ya sabemos que no habrá igualdad en las casas a construir o rehabilitar en Galicia respecto a las de otras regiones. Así lo impone la Lei Do Hábitat Galego, norma cuya lectura, además de jaqueca, deja en el osado lector un cierto regusto a irrealidad. Sus puntos más conocidos por controvertidos son aquellos que establecen un número mínimo de metros de superficie y determinadas prevenciones de habitabilidad sanitaria. Así, las casas gallegas serán, por ley, casi el doble de grandes que las de las baleares como mínimo, todo un logro de no ser porque los salerosos isleños tienen una renta per cápita que casi cuadriplica la nuestra y esto, llevado al terreno doméstico, suena a hacer política de salón. Aún no se ha solucionado el problema de acceso a la vivienda pero ya sabemos cómo ha de ser esa vivienda imposible, que es como empezar la casa por el tejado. Y si a mayores exigencias técnicas se corresponderán mayores precios, tendremos que quienes en el futuro vuelvan a dedicarse a la construcción se sentirán como en la ‘casa de tócame Roque’, eso lo saben hasta los mexicanos.
No cabe duda que uno de los logros más discutibles de esta Lei es haber conseguido cosificar el concepto de “vivienda digna” que proclama la Constitución. Tantas ventanas, tantas habitaciones y tantos armarios nos permiten conocer qué entiende el legislador por una casa digna para el pueblo: al menos de cuarenta metros, todos ellos cuadrados, ya viva usted solo o con seis hijos, abuela y cuñado gorrón, y allá usted si se lanza al lujo y adquiere una de cuarenta y dos o cuarenta y tres. No es necesario que para este viaje fueran precisas unas alforjas como esta Lei, la enésima camino de los tribunales por conflictos de competencias. Puede que la gran tragedia de nuestra democracia no sea la muerte de Montesquieau, como dijera Alfonso Guerra, sino la de Perogrullo, como repiten nuestros mayores.
José María Sánchez Reverte
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