En Santiago nunca se pone la Luna, Santiago es la ciudad donde comienzan los finales de todos los caminos, es la puerta sin cerrojo por la que se llega a todos los mundos que no se han sabido descubrir en este. Santiago es la fe, la fe gris en ella misma sobre la que se extiende la barba pétrea y amarilla de una sabiduría que mira, calla y sonríe. Es la urbe que ya ha vivido la Historia y que, como recién nacida con alma de vanguardia, se quita años cada vez que vuelve a cumplir. Es el lugar donde cada cual llega a ocupar su sitio en un teatro que abraza todos los siglos, incluso los ya vividos, adonde llegan las nubes a pasar la noche antes de seguir su viaje, y donde algunas quedarán enredadas para siempre en su Alameda. Aquí es donde se leen las viejas historias de siempre escritas en la plata de los charcos adoquinados cuando caen las tardes de miel. Porque en Santiago siempre se llega a tiempo de todo, es el cosmos celta que gira sobre un eje en forma de cruz. Compostela se ahorma con las pisadas de tantos y forja en tahona de piedra de la mano invisible de un cantero que a cada mirada le da nueva forma en la eternidad de cada alma. Santiago vive estrecha de calles, abrazada, apretada por recuerdos guardados en cuencos blancos de quienes una noche llegaron para nacer aquí porque así lo desearon, es un carballo visto desde su raíz. Basta acercar el oído a las húmedas piedras para escuchar el espíritu que aún escribe en el granito el destino de esta tierra, Compostela, que todo un océano inmisericorde y voraz grita desde la lejanía ronco por besar sus calles, sus bocas.
Se es de Santiago como se es del aire, para siempre, inevitablemente. En ella se respira la bruma que ayer libraron las gaitas en su quejido inmortal mientras sus árboles crecen alimentados de las cenizas de una cacharela que nunca se consume del todo.
La mejor manera de vivir en Santiago es morir en ella.
José María Sánchez Reverte
No hay comentarios:
Publicar un comentario