Publicado en SANTIAGOSIETE el 1 de Agosto de 2008
Junto a Edison y Einstein, el inventor del originario “Manifiesto en Defensa de….” tendría que figurar en cualquier panteón universal de hombres ilustres. Este modelo de formulario en el que basta con rellenar el espacio en blanco con la expresión ballena, castellano, suricato, gallego o lo que a uno se le ocurra sin alterar una coma el resto del texto en cuestión, está haciendo más por entretener al personal que cualquier polvorienta manifestación callejera de pancarta y manual de consignas. Sin embargo y a pesar de su aparente simpleza, también los Manifiestos tienen sus secretos si se presta atención. Porque al igual que ocurre en las fotos de bodas, en los Manifiestos destacan más las ausencias que las presencias, tal vez porque siempre se vea a los mismos tratando de lo mismo y a costa de los mismos. Además, generalmente suelen ocuparse estos Manifiestos de asuntos nobles y en alguna ocasión importantes que, de ordinario, le traen al fresco al fogoso firmante, cuya labor en la mayoría de los casos es de concienciación social con agravante de pesadez. Preferiblemente el firmante ha de poseer un rostro conocido para no ser confundido su acto con alguna recogida de firmas protestando por lo de la tarifa nocturna, la gasolina u otra vulgaridad similar, y es que la cara dura más en el recuerdo que lo que se firma. Finalmente tampoco suele ser requisito indispensable que los firmantes conozcan el texto que rubrican, lo que los asemeja a la firma de una hipoteca o más frecuentemente de un pagaré al portador, al portador del Manifiesto se entiende.
En cualquier caso hay que reconocer que antiguamente los Manifiestos resultaban más entrañables, como más decimonónicos e incluso edificantes. Los actuales, en cambio, con su moderno formato de autocopiado, parecen haberse convertido en trámite burocrático que realizar de seis a nueve con copa y puro al final. En definitiva, una reunión endogámica de afines con cara de pocos amigos, y ya sabemos qué nos dice la genética sobre los frutos de la endogamia. Ante este panorama no es de extrañar que haya quien espere ansioso que alguien que proponga algún Manifiesto en Contra de los Manifiestos.
José María Sánchez Reverte
Junto a Edison y Einstein, el inventor del originario “Manifiesto en Defensa de….” tendría que figurar en cualquier panteón universal de hombres ilustres. Este modelo de formulario en el que basta con rellenar el espacio en blanco con la expresión ballena, castellano, suricato, gallego o lo que a uno se le ocurra sin alterar una coma el resto del texto en cuestión, está haciendo más por entretener al personal que cualquier polvorienta manifestación callejera de pancarta y manual de consignas. Sin embargo y a pesar de su aparente simpleza, también los Manifiestos tienen sus secretos si se presta atención. Porque al igual que ocurre en las fotos de bodas, en los Manifiestos destacan más las ausencias que las presencias, tal vez porque siempre se vea a los mismos tratando de lo mismo y a costa de los mismos. Además, generalmente suelen ocuparse estos Manifiestos de asuntos nobles y en alguna ocasión importantes que, de ordinario, le traen al fresco al fogoso firmante, cuya labor en la mayoría de los casos es de concienciación social con agravante de pesadez. Preferiblemente el firmante ha de poseer un rostro conocido para no ser confundido su acto con alguna recogida de firmas protestando por lo de la tarifa nocturna, la gasolina u otra vulgaridad similar, y es que la cara dura más en el recuerdo que lo que se firma. Finalmente tampoco suele ser requisito indispensable que los firmantes conozcan el texto que rubrican, lo que los asemeja a la firma de una hipoteca o más frecuentemente de un pagaré al portador, al portador del Manifiesto se entiende.
En cualquier caso hay que reconocer que antiguamente los Manifiestos resultaban más entrañables, como más decimonónicos e incluso edificantes. Los actuales, en cambio, con su moderno formato de autocopiado, parecen haberse convertido en trámite burocrático que realizar de seis a nueve con copa y puro al final. En definitiva, una reunión endogámica de afines con cara de pocos amigos, y ya sabemos qué nos dice la genética sobre los frutos de la endogamia. Ante este panorama no es de extrañar que haya quien espere ansioso que alguien que proponga algún Manifiesto en Contra de los Manifiestos.
José María Sánchez Reverte
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