A Emilio Pérez solo lo salva Touriño. Existen políticos que destacan por su transparencia y otros como el presidente Touriño que solo pueden ser vistos en su invisibilidad. Puede que los ojos no le alcancen a ver la mesa de decidir hundido en el mullido sillón de presidente, un paraíso demasiado estrecho para tres. Es el presidente de la Xunta la última palabra que siempre falta para completar un crucigrama. Touriño es ese hombre gris al que todos los trajes le sientan mal, a quien nunca sacan en el baile, al que siempre pillan copiando, un político de acuicultura.
Sonríe con el desconcierto de un niño que rompe su segundo plato, como el hombre que nunca ha estado allí, al que su propia sombra le queda grande. Diríase que pertenece al grupo de funcionarios públicos que actúan con guantes de soda, de los que dan la vara de mando, personaje escurrido de la épica del diecinueve de los que ponen primero la otra mejilla y luego el mejillón. Mantiene la firmeza de una pétrea figura sacada de cualquier pórtico cuando luce la sonrisa gótica de un serafín arpista. Galicia le queda a Touriño como el bañador a Fraga en Palomares.
José María Sánchez Reverte
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