Maria José Caride sigue manteniendo la expresión de las primeras piedras y las últimas palabras, la máscara veneciana de los discursos políticos de carnaval, y el gesto sereno de los paisajes que nunca veremos desde la velocidad de las lunas llenas de las autovías. Circunvalada y expandida, es la obra pública del querer pintar color carmín los puntos negros del detestable alquitrán, el pasarse de castaño a oscuro más en el cambio de caballería que en el de rasante y el aviso de que nunca la adelanten por la derecha, dirección obligatoria.
A Caride siempre le responderemos entregados repitiendo cuando pregunta al espejito, espejito retrovisor, pensándola ataviada con la capa estudiantil de sus cintas cortadas de inaugurar, pensarla con la cabeza echada en los badenes y los puentes romanos de perfil, y la espina vertebral de las vías rápidas como horquillas de plata verde en la tierra. Y en cada rotonda brindar bebiendo de los tacones y prohibiendo aparcarse en triple fila, persiguiendo la línea discontinua de sus cejas, cediendo el paso de seda de mejillas reencarnadas o rebuscando en el túnel de los tiempos de los cabellos, esperando apoyado en los quitamiedos de su boca las luces de un ámbar intermitente que recoja a este autostopista.
A Caride siempre le responderemos entregados repitiendo cuando pregunta al espejito, espejito retrovisor, pensándola ataviada con la capa estudiantil de sus cintas cortadas de inaugurar, pensarla con la cabeza echada en los badenes y los puentes romanos de perfil, y la espina vertebral de las vías rápidas como horquillas de plata verde en la tierra. Y en cada rotonda brindar bebiendo de los tacones y prohibiendo aparcarse en triple fila, persiguiendo la línea discontinua de sus cejas, cediendo el paso de seda de mejillas reencarnadas o rebuscando en el túnel de los tiempos de los cabellos, esperando apoyado en los quitamiedos de su boca las luces de un ámbar intermitente que recoja a este autostopista.
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