El momento parece haber sido sacado de una mala serie televisiva, llamémosla “Escenas de Patrimonio”, y tanto se repite que acabará por perder la gracia como una mala digestión. Ocurre que se reunía la Comisión Cuarta del Parlamento gallego integrada, entre otros, por su presidente Bieito Lobeira (BNG) y López-Chaves (PP) en funciones de secretario. Este último era el encargado de dar cuenta del quórum y a solicitud de Lobeira, López-Chaves señala que al no existir el Parlamento de “Galiza”, que es por el que le inquiere Lobeira, difícilmente puede haber quórum, pero que sí lo hay respecto del de “Galicia”. Uno, López-Chaves, sustentaba sus argumentos en la fuerza de la legalidad etimológica mientras que el otro, Lobeira, los hacía descansar en los de su santa voluntad dialéctica; y ambos al unísono se amparaban en lo que sin duda creen la imbecilidad de los ciudadanos. Los socialistas, mientras tanto, callados, mudos, petrificados, afilando la caña de los ríos revueltos.
Y sin embargo, una singular atmósfera envolvía la sala. No era únicamente cuestión de dialéctica, política o historia, no. Había algo más que podía palparse, sorberse en el ambiente, algo difícilmente explicable pero real, una sensación ciertamente desconcertante que iba más allá de lo presenciado, una connotación astutamente buscada y que por lo demás pareciera que también se ha instalado sigilosamente en la cotidianidad de la vida civil gallega fuera incluso de los grises muros parlamentarios.
Tal vez la esencia de aquella discusión fuese un pulso entre lo real, léase la legalidad toponímica, la de las elecciones con sus porcentajes, la minoría social que respalda, aún, al nacionalismo; y por otro lado la explotación bien programada y mejor ejecutada llevada por estos últimos y según la cual la realidad actual es una situación de anormalidad, que realmente Galicia no es la que se discute en el Parlamento o lo percibido por los ciudadanos, que hay una Galicia latente, extrañamente subyugada pero más real que la que perciben nuestros sentidos, una Galicia, en fin, que ellos representan, Galiza, y su misión es hacer descubrir a la ciudadanía que lo que aquí vemos es solo farsa, que hay una Galicia paralela respecto de la cual la oficialidad es mera ortopedia, una vida concéntrica que sí representa la esencia primera y última de Galicia y el galleguismo, el nacionalismo, y el Bloque únicamente como su depositario.
De esta forma, todo lo que sea oponerse al nacionalismo es indefectiblemente y según este planteamiento atacar a Galicia. Por este motivo puede emplearse el término Galiza con connotaciones reivindicativamente románticas pero si se le enfrenta el de Galicia entonces este último, por esas mismas connotaciones, se ha conseguido que “suene” a imposición. Y curiosamente, esto no ocurre al contrario, un sutil logro de los creadores de este Matrix con grelos.
Y sin embargo, una singular atmósfera envolvía la sala. No era únicamente cuestión de dialéctica, política o historia, no. Había algo más que podía palparse, sorberse en el ambiente, algo difícilmente explicable pero real, una sensación ciertamente desconcertante que iba más allá de lo presenciado, una connotación astutamente buscada y que por lo demás pareciera que también se ha instalado sigilosamente en la cotidianidad de la vida civil gallega fuera incluso de los grises muros parlamentarios.
Tal vez la esencia de aquella discusión fuese un pulso entre lo real, léase la legalidad toponímica, la de las elecciones con sus porcentajes, la minoría social que respalda, aún, al nacionalismo; y por otro lado la explotación bien programada y mejor ejecutada llevada por estos últimos y según la cual la realidad actual es una situación de anormalidad, que realmente Galicia no es la que se discute en el Parlamento o lo percibido por los ciudadanos, que hay una Galicia latente, extrañamente subyugada pero más real que la que perciben nuestros sentidos, una Galicia, en fin, que ellos representan, Galiza, y su misión es hacer descubrir a la ciudadanía que lo que aquí vemos es solo farsa, que hay una Galicia paralela respecto de la cual la oficialidad es mera ortopedia, una vida concéntrica que sí representa la esencia primera y última de Galicia y el galleguismo, el nacionalismo, y el Bloque únicamente como su depositario.
De esta forma, todo lo que sea oponerse al nacionalismo es indefectiblemente y según este planteamiento atacar a Galicia. Por este motivo puede emplearse el término Galiza con connotaciones reivindicativamente románticas pero si se le enfrenta el de Galicia entonces este último, por esas mismas connotaciones, se ha conseguido que “suene” a imposición. Y curiosamente, esto no ocurre al contrario, un sutil logro de los creadores de este Matrix con grelos.
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