Conocidos son los tiros y aflojas que en Cataluña está manteniendo el CAC con determinado medio radiofónico que mejor no nombrar por si acaso (baste decir que empieza por “co” y termina por “pe”). Lo realmente llamativo ha sido que tras esos episodios, sea por los mecanismos del subconsciente humano en su insondable complejidad o por razones de mera intuición difícilmente explicables, de manera automática y casi esperada los ojos y las preguntas se dirigieron a Galicia y en concreto a su vicepresidente Anxo Quintana, al que se le interrogó por la posibilidad de crear en esta región un organismo controlador al estilo del catalán. Quintana, que no es precisamente lerdo en escapar vivo de preguntas a degüello, respondió diciendo que no, que debe primar la libertad de expresión y que por higiene democrática es sano que existan medios de comunicación que discrepen con quienes gobiernan.
Esa es la cuestión gallega: que no hay medios que discrepen con el bipartito, tal y como se entiende discrepar. Cualquiera que pueda echar un vistazo a la prensa, escuchar la radio o sufrir la televisión autonómica podrá comprobar que no hay discrepancias serias, nada se cuestiona, todo está bien, como una balsa de aceite. Esta es la regla y como tal tiene sus excepciones, claro, pero que no pasan de ser excepciones.
Y así también creyó verlo el mismo Valedor do Pobo, quién pidió en su informe de las últimas semanas al bipartito una mayor pluralidad en la televisión pública, uno de esos requerimientos que como el de la confrontación lingüística, le han hecho caer en desgracia ante quienes lo sustentan. Pluralidad televisiva que por lo demás parece haber sido entendida en el sentido de que sean más y distintos los miembros del bipartito quienes que aparezcan en pantalla para que no sean siempre los mismos.
Con este panorama es cierto que Galicia no necesita de un órgano regulador de medios de comunicación, siempre y cuando los medios periodísticos se sigan comportando con la misma comprensión y dulzura que hasta ahora, pues serán recompensados al menos en esta vida. Esas noticias que ponen a los gobernantes un nudo en la garganta se solucionan fácilmente colocando un nudo en la lengua de los mensajeros, y ese acabará siendo el nudo gordiano, y corredizo, de la cuestión.
Esa es la cuestión gallega: que no hay medios que discrepen con el bipartito, tal y como se entiende discrepar. Cualquiera que pueda echar un vistazo a la prensa, escuchar la radio o sufrir la televisión autonómica podrá comprobar que no hay discrepancias serias, nada se cuestiona, todo está bien, como una balsa de aceite. Esta es la regla y como tal tiene sus excepciones, claro, pero que no pasan de ser excepciones.
Y así también creyó verlo el mismo Valedor do Pobo, quién pidió en su informe de las últimas semanas al bipartito una mayor pluralidad en la televisión pública, uno de esos requerimientos que como el de la confrontación lingüística, le han hecho caer en desgracia ante quienes lo sustentan. Pluralidad televisiva que por lo demás parece haber sido entendida en el sentido de que sean más y distintos los miembros del bipartito quienes que aparezcan en pantalla para que no sean siempre los mismos.
Con este panorama es cierto que Galicia no necesita de un órgano regulador de medios de comunicación, siempre y cuando los medios periodísticos se sigan comportando con la misma comprensión y dulzura que hasta ahora, pues serán recompensados al menos en esta vida. Esas noticias que ponen a los gobernantes un nudo en la garganta se solucionan fácilmente colocando un nudo en la lengua de los mensajeros, y ese acabará siendo el nudo gordiano, y corredizo, de la cuestión.
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