En vísperas del día de la Constitución, las juventudes del BNG desplegaron en la plaza de Toural, en Santiago, una bandera independentista (sic) de alrededor de cuarenta metros cuadrados, entorpeciendo el paso no tan independiente de quienes iban o venían de trabajar, comprar o simplemente pasear, pequeñas molestias en comparación con el desgarro de los sueños irredentos. Al acto asistieron veinte personas, según la Policía, y veintiuna según los organizadores, y eso que el asunto tenía tela. Es decir, que a bulto tocaron a unos dos metros cuadrados por cabeza, cuadradas o no, de asistentes, que no es poca cosa con todo lo que se puede hacer con tanto material, desde pañuelos palestinos por la causa, a ropa interior o simples mantas. Resulta llamativo comprobar cómo han cambiado los tiempos en esto de las reivindicaciones patrias, y es que hemos pasado de banderas bordadas por Mariana Pineda a las traídas en serie desde Taiwan. Como en serie era el discurso que acompañó a la demostración de fuerza telar, uno de esos discursos rabiosamente plúmbeos que se venden en estancos y en los que solo hay que rellenar el espacio punteado poniendo Galicia, pero que también sirven llegado el caso para escribir Júpiter, Kenya o tamagochi. Y si no, basta con aplicar el oído.
Pero tal vez lo más preocupante del acto fuera que, con ese tamaño, el mástil que tuviera que soportar la bandera independentista gallega tuviera que ser también enorme y bien fijado, puede que al estilo de una de esas estacas (l’estaca, claro) de las que no hace tanto cantara Lluis Llach…
Pero tal vez lo más preocupante del acto fuera que, con ese tamaño, el mástil que tuviera que soportar la bandera independentista gallega tuviera que ser también enorme y bien fijado, puede que al estilo de una de esas estacas (l’estaca, claro) de las que no hace tanto cantara Lluis Llach…
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