Mercedes Castro nos quiso dejar sellado blanco sobre negro, y punto, las secuelas en plata sin ley del mejor género de placa y carmín, mujer departamental por los cinco costados atisba con la fatiga del papel astillado a golpe de pluma un lugar arrebatado por un codo o por una cabeza con mucha mano izquierda, la claridad de una mirada que es fogonazo en la penumbra tétrica de las estanterías del hoy, verla agarrarse a sí misma por no ser otra más, una pincelada negra y suelta con la sinuosidad de carretera de montañas por donde ver siempre amanecer desde alto de su frente clara como un reflejo de ría emboscado, olvidado, es verla vestir entre páginas las ropas tejidas con el hilo que le tomara a Ariadna y entre líneas el ovillo primigenio de ese otro vellocino anhelado, guardando entre dientes un sorbo de aquel aleph libado a hurtadillas de cuando las musas no miraban y tornar luego a ser boca con la que poder leerla si los besos fuesen más sabios.
Y con la palidez argentina de un rostro que es el que empleamos en llenar las lunas y sus sombras buscaremos al fin el modo de encender algún candil de luz negra donde su pluma sea la que buscamos al soñar que planeamos como Ícaro sabiendo que al caer una y dos mil veces volveremos a encontrarla y volver así a querer tocar el sol, en búsqueda perpetua de un manuscrito suyo en piel.
Y con la palidez argentina de un rostro que es el que empleamos en llenar las lunas y sus sombras buscaremos al fin el modo de encender algún candil de luz negra donde su pluma sea la que buscamos al soñar que planeamos como Ícaro sabiendo que al caer una y dos mil veces volveremos a encontrarla y volver así a querer tocar el sol, en búsqueda perpetua de un manuscrito suyo en piel.
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