Hay noches como esta vieja que son la sextaesencia de la incógnita humana, y es que comenzamos un nuevo año con la sensación de seguir rodando por las escaleras hacia arriba pero como si la Nochevieja y sus uvas barnizadas en ámbar no fueran más que un instante de pausa en el descansillo de entre tramos de escalones mal perfilados y afilados. Es lo que pasa con los pozos sin fondo aunque haya quien maliciosamente crea que en realidad no existen por imposibles mientras tampoco existan cuerdas sin fin para sacar su agua bendita, y la verdad es que no conocemos el caso de nadie que haya caído en uno de esos pozos pues entonces lo habríamos sabido ya que nada puede estar eternamente cayendo hacia el infinito salvo los besos furtivos que fallan el objetivo y se precipitan sin remedio hasta el fin de los días de trueno.
Sea como fuere nos toca lidiar con las tales doce uvas que en noches como estas, tan senectas, gustan de ser tomadas empezando por la última, por despistar a los hados padrinos nada más, y acabar con la primera cuando el año ya lleva apenas unos segundos de vida y llora como un expulsivo al ver a la matrona y su cara de hemoal con resaca.
Y al fin brindar hasta apurar la última gota por todo lo que se nos ocurra empezando por lo más disparatado, que es lo más frecuente y acertado, los más cercanos y el corazón en un puño americano atesorando las ausencias que brillan, que todo está permitido menos quitarle la piel y los huesecillos a la humilde uva que así es menos uva, privando de un sorbo los primeros y tambaleantes pasos del año nuevo que llega como un peregrino perdido.
La pequeñez y la debilidad que nos viste de terciopelo púrpura y zapatos de plata por bruñir, los deseos que brotan de la no siempre bien conocida esa glándula que tenemos entre el esternón y la bróntula, cerca de la arteria más bien, recogiendo al vuelo rasante con el paraguas al revés los parabienes que nos llegan. Porque así somos, fuisteis y serán la noche en que caben en torno a unas migas de pan todas las personas del subjuntivo. O eso creo. Y si no, mejor lo dices ahora o nos van a dar las uvas, llama ya, mujer!
Sea como fuere nos toca lidiar con las tales doce uvas que en noches como estas, tan senectas, gustan de ser tomadas empezando por la última, por despistar a los hados padrinos nada más, y acabar con la primera cuando el año ya lleva apenas unos segundos de vida y llora como un expulsivo al ver a la matrona y su cara de hemoal con resaca.
Y al fin brindar hasta apurar la última gota por todo lo que se nos ocurra empezando por lo más disparatado, que es lo más frecuente y acertado, los más cercanos y el corazón en un puño americano atesorando las ausencias que brillan, que todo está permitido menos quitarle la piel y los huesecillos a la humilde uva que así es menos uva, privando de un sorbo los primeros y tambaleantes pasos del año nuevo que llega como un peregrino perdido.
La pequeñez y la debilidad que nos viste de terciopelo púrpura y zapatos de plata por bruñir, los deseos que brotan de la no siempre bien conocida esa glándula que tenemos entre el esternón y la bróntula, cerca de la arteria más bien, recogiendo al vuelo rasante con el paraguas al revés los parabienes que nos llegan. Porque así somos, fuisteis y serán la noche en que caben en torno a unas migas de pan todas las personas del subjuntivo. O eso creo. Y si no, mejor lo dices ahora o nos van a dar las uvas, llama ya, mujer!
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