La ventolera del poder ha arreciado cara al árbol del Bloque llevándose consigo las hojas más livianas en pos de mayores alturas y nuevos horizontes, mecidas por las brisas que las acunan lejos y risueñas mientras les duren las fuerzas a estos vientos que van y viene de las altas a las bajas presiones de todo tipo. Y atrás queda el árbol apenas vestido, tronco de cicatrices a navaja de iniciales y promesas de amor, nombres y destinos. Y es que si las previsiones se cumplen Ánxela Bugallo no formará parte de lista alguna para las próximas autonómicas gallegas, las listas se han caído de ella, no sabiendo si se cierra así un capítulo o simplemente se pasa por alto una nota a pie de página con medias negras, pero la blanca arena política no será la misma sin los besos de sus olas que se llegan a dormir en ella.
En un BNG que huele a garito y buey, Ánxela Bugallo ha hecho política de tacones rojos y cachemir, la salsa de un plato político agreste y feo. Nadie dudaba de su capacidad para llegar al poder pero ha sorprendido la dificultad para permanecer en él, y las guerras intestinas, gruesas con mareos atlánticos de habanera o la maldición de ese Tutankamon gallego que es el Gaiás han acabado por zancadillearla y hacerla caer hasta vérsele el liguero. Y ahora la biología sabida cumple la máxima de los mínimos en la evolución de las especies de escaños quedando fuera de la misma pasarela política, y ya no serán más las papeletas en urna como cartas de amor que huelan a hierba mojada, y todo porque aquellos a quienes hacía sombra prefieran estar al sol que más calienta.
Porque sí, que también la política en sus formas de plomo gusta de sentir que hay vida más allá del discurso agreste y de bayoneta calada hasta los huesos, que hay vello que se erizan tras las comparecencias, coquetería escondida entre informes, olor a jabón e instrucciones de lavado en la guerrera cota de malla. Y en el cielo despejado de la noche, una estrella roja carmín a la que quisiéramos ver sacar pecho en estas dificultades, como en tantas.
Esperemos que vuelva pronto. O que nos llame y vamos nosotros aunque sea de noche.
En un BNG que huele a garito y buey, Ánxela Bugallo ha hecho política de tacones rojos y cachemir, la salsa de un plato político agreste y feo. Nadie dudaba de su capacidad para llegar al poder pero ha sorprendido la dificultad para permanecer en él, y las guerras intestinas, gruesas con mareos atlánticos de habanera o la maldición de ese Tutankamon gallego que es el Gaiás han acabado por zancadillearla y hacerla caer hasta vérsele el liguero. Y ahora la biología sabida cumple la máxima de los mínimos en la evolución de las especies de escaños quedando fuera de la misma pasarela política, y ya no serán más las papeletas en urna como cartas de amor que huelan a hierba mojada, y todo porque aquellos a quienes hacía sombra prefieran estar al sol que más calienta.
Porque sí, que también la política en sus formas de plomo gusta de sentir que hay vida más allá del discurso agreste y de bayoneta calada hasta los huesos, que hay vello que se erizan tras las comparecencias, coquetería escondida entre informes, olor a jabón e instrucciones de lavado en la guerrera cota de malla. Y en el cielo despejado de la noche, una estrella roja carmín a la que quisiéramos ver sacar pecho en estas dificultades, como en tantas.
Esperemos que vuelva pronto. O que nos llame y vamos nosotros aunque sea de noche.
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