
“Querido Diario: esta mañana fui con la Vane y la Pilu a abortar. ¡Qué súper…!”
O algo así podrá encontrarse cualquier padre en las carpetas de reflexiones y aforismos de su retoño de ser cierto lo que propone la ministra Aído y su cohorte de expertos en el tema, rebajar la edad para abortar a los dieciséis años. Probablemente todo sea un bulo, hará como que cede a las presiones y acabará por dejar el aborto tal y como ya se anunció hace tiempo, como una simple ley de plazos, como en la venta de coches pero algo más visceral.
Lo curioso de la ley de plazos es que en un momento eres abortable y un minuto después, cuando vence aquel, te protege la ley, se pasa de tumor a persona (porque lo de nasciturus suena a héroe etrusco) como quien mira el reloj cuando hace un bizcocho y al final la tripa de la madre acaba pareciéndose más a un bombo del bingo que a un seno materno de los de anuncios de toallitas. La lógica de los plazos es aplastante. Al menos para quien la entienda.
Y todo eso sin consentimiento de los padres lo cual, bien mirado, casi es un acto de caridad para ahorrarles un infarto, una bofetada o vaya usted, y venga luego, a saber el qué. Eso sí, necesitará autorización del colegio no vaya a ser que por aquello del aborto la niña lo que quiera es perderse el examen de Mates. Y de paso, que los niños pidan también su permiso para ir a hacerse la vasectomía o quitarse los granos, que puestos a pedir igualdad, cuanto más brutos más iguales.
Así que el aborto pasa del ministerio de justicia al de igualdad, lo que parece una parida pero tiene su aquel ya que no se trata de despenalizar sino de expandir derechos, o eso se dice, pero en realidad esas cosas pasan por pretender jugar tanto a los médicos. Y todo porque si la niña puede quedarse embarazada también puede abortar, es de cajón, pero es que no saben dónde se meten, ni toman medidas ni apenas entienden de reglas. Es como si se pensara que las jóvenes, a esa edad, solo fueran muñecas pero hinchables mientras lo único claro es que las clínicas abortistas se están frotando los bisturíes.
Y es que las niñas, como dijera Sabina, ya no quieren ser princesas. Tal vez por eso prefieren la Barbie a la Barriguita.
Lo curioso de la ley de plazos es que en un momento eres abortable y un minuto después, cuando vence aquel, te protege la ley, se pasa de tumor a persona (porque lo de nasciturus suena a héroe etrusco) como quien mira el reloj cuando hace un bizcocho y al final la tripa de la madre acaba pareciéndose más a un bombo del bingo que a un seno materno de los de anuncios de toallitas. La lógica de los plazos es aplastante. Al menos para quien la entienda.
Y todo eso sin consentimiento de los padres lo cual, bien mirado, casi es un acto de caridad para ahorrarles un infarto, una bofetada o vaya usted, y venga luego, a saber el qué. Eso sí, necesitará autorización del colegio no vaya a ser que por aquello del aborto la niña lo que quiera es perderse el examen de Mates. Y de paso, que los niños pidan también su permiso para ir a hacerse la vasectomía o quitarse los granos, que puestos a pedir igualdad, cuanto más brutos más iguales.
Así que el aborto pasa del ministerio de justicia al de igualdad, lo que parece una parida pero tiene su aquel ya que no se trata de despenalizar sino de expandir derechos, o eso se dice, pero en realidad esas cosas pasan por pretender jugar tanto a los médicos. Y todo porque si la niña puede quedarse embarazada también puede abortar, es de cajón, pero es que no saben dónde se meten, ni toman medidas ni apenas entienden de reglas. Es como si se pensara que las jóvenes, a esa edad, solo fueran muñecas pero hinchables mientras lo único claro es que las clínicas abortistas se están frotando los bisturíes.
Y es que las niñas, como dijera Sabina, ya no quieren ser princesas. Tal vez por eso prefieren la Barbie a la Barriguita.
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