La primera persona que felicitó a Feijóo tras ser proclamado Presidente fue Touriño, siempre hay que desnudar a un santo para investir a otro. Alberto se llevaba la mano al corazón, a la cartera creían otros, mientras Emilio avanzaba esos pocos metros como Armstrong caminara en la Luna, unos pasos inacabables para el más corto de sus paseos sin decir ni (monte) pío. La presidenta Pilar Rojo a micrófono abierto cerraba sus ojos de caramelo Viuda de Solano suspirando su emoción confesa y uno tras otros fueron acercándose al nuevo mandatario para estrechar su mano antes de estrechar el cerco, como quien le quiere recordar su cara de promesa al cargo o rostros de quienes se levantan habiéndolo perdido todo en una timba, la serenísima T. Táboas que ya no soportará más el aliento de aquel en el cogote y el cuero de chupa, la conselleira de Sanidade con aspecto de enferma, una Ánxela Bugallo limpia y limón enfaldada con el bolso en posición de arrear pero contenida y rizada, y así fueron pasando como en un duelo o una boda, que tanto da, tras Touriño se llegó Quintana porque ya son “patrimonio de Galicia” en una de sus últimas apariciones como protagonistas de esa otra serie “Escenas de patrimonio”, todo tan bonito, tan azul terciopelo que ya nadie recordaba los reproches de Leiceaga, las palmaditas de Ruiz Rivas o la aparición de Aymerich, ese personaje que habría que inventar de no existir, que ya se había votado a torso alzado pues había que incorporarse para hacerlo y todos se abstuvieron de abstenerse y no hubo más sorpresas ni en las palabras del candidato que, como suele ocurrir en estos casos, salvo que nos tocara el gordo de la lotería, nos lo prometió todo, y todos le deseaban suerte mientras nosotros lo que deseamos son milagros.
Todo eso fue ayer que ya es pasado. Hoy sigue lloviendo.
Todo eso fue ayer que ya es pasado. Hoy sigue lloviendo.
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