Sonia Castedo es al nivel del mar en Alicante como la marea de Ribadeo, un viaje de maletas cargadas de pisadas en la húmeda arena y olas estrelladas con que abonar palmerales de oasis que dan menos sombra y más fresco que las carballeiras atlánticas, un tránsito rubio y serio para un bastón menos de mando que de disciplina por trocar la ría por la sonrisa de los dátiles y el castillo moro en la cumbre como un turbante de piedra y roca, acantilado de tierra adentro en un mar ya domado, alzándose cuando se acuesta el levante fuerte como la oscuridad de unos ojos horadados oscuros y secretos en la caliza de un rostro que en su tiempo pudiera albergar todo un castro.
Porque Sonia es con todo una muñeira del foc, política en escabeche que brilla como el cuchillo al amolarse, manos de tiza que firman sus espejos como cuadros y retratos que toman su forma como las virutas de humo de las hogueras al rojo vivo de dos pavesas como sello de lacre que en sendos hatillos guardan, guardarán sus raíces en tierra de esquejes y espinas de rosales de los vientos que asemejen fresas, una mirada tan lejana de las que nos llega el eco como de gaita de turrón y canela.
Porque Sonia es con todo una muñeira del foc, política en escabeche que brilla como el cuchillo al amolarse, manos de tiza que firman sus espejos como cuadros y retratos que toman su forma como las virutas de humo de las hogueras al rojo vivo de dos pavesas como sello de lacre que en sendos hatillos guardan, guardarán sus raíces en tierra de esquejes y espinas de rosales de los vientos que asemejen fresas, una mirada tan lejana de las que nos llega el eco como de gaita de turrón y canela.
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