Este año el Día Das Letras Galegas ha sido muy diferente a los anteriores: la lluvia impidió que se llenaran las playas. Por lo demás, la Galicia institucional cumplió sus compromisos con aseo y lavanda, la oposición hizo lo propio con lo propio y los reivindicadotes estuvieron en su punto. Y así pasó ese día.
Y es que la manifestación de Santiago fue un éxito sobrecogedor pues no faltó ni uno de los que allá fueron de manera que más que guerra de cifras apenas ha habido escaramuzas, como si no esta vez la cosa no importara. Lástima que solo acudiera formalmente el Bloque como partido, lamentaba Yolanda Castaño, porque hubo de leerse dos veces, dos, el famoso Manifiesto, ese que alguien bajara algún día de internet limitándose a escribir “galego” en la línea de puntos. A esta batalla había que echarle huevos, pensaron otros, así que los llenaron de pintura y adornaron con ellos fachadas de bancos y ciertos comercios, una forma como otra cualquiera de defender la lengua, un tanto de galería impresionista eso sí.
Pasó el día para comprobar un año más que las Letras son siempre las mismas en cualquiera de nuestros idiomas y tan solo varía su orden, su colocación, su combinación. O no. No al menos desde que unos y otros la convirtieron en una connotación. Cualquier extremismo, el que sea, se basa siempre en una mentira, la que sea.
Pasó el día y volvemos a nuestros esfuerzos por hacernos entender y querer entendernos, que eso es cosa difícil. Tantas letras para decir tan pocas cosas, sin acentos, demasiados puntos suspensivos y apartes, letras e ideas entre paréntesis y comillas. Si Ramón Piñeiro levantara la cabeza, además de darnos un buen susto, puede que se volviera a sus follas cabizbajo.
Y es que la manifestación de Santiago fue un éxito sobrecogedor pues no faltó ni uno de los que allá fueron de manera que más que guerra de cifras apenas ha habido escaramuzas, como si no esta vez la cosa no importara. Lástima que solo acudiera formalmente el Bloque como partido, lamentaba Yolanda Castaño, porque hubo de leerse dos veces, dos, el famoso Manifiesto, ese que alguien bajara algún día de internet limitándose a escribir “galego” en la línea de puntos. A esta batalla había que echarle huevos, pensaron otros, así que los llenaron de pintura y adornaron con ellos fachadas de bancos y ciertos comercios, una forma como otra cualquiera de defender la lengua, un tanto de galería impresionista eso sí.
Pasó el día para comprobar un año más que las Letras son siempre las mismas en cualquiera de nuestros idiomas y tan solo varía su orden, su colocación, su combinación. O no. No al menos desde que unos y otros la convirtieron en una connotación. Cualquier extremismo, el que sea, se basa siempre en una mentira, la que sea.
Pasó el día y volvemos a nuestros esfuerzos por hacernos entender y querer entendernos, que eso es cosa difícil. Tantas letras para decir tan pocas cosas, sin acentos, demasiados puntos suspensivos y apartes, letras e ideas entre paréntesis y comillas. Si Ramón Piñeiro levantara la cabeza, además de darnos un buen susto, puede que se volviera a sus follas cabizbajo.
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