La lluvia se bebe en Santiago en cuencos blancos y mullidos como la almohada de una amante de cabellos negros, por ser el libro primero en la estantería de la vida de los corazones de los que un día vinieron adonde cualquiera puede acabar de escribir el último párrafo infinito en el que todo cabe, un libro hecho con las hojas que caen con el frío y se aprietan como las miradas del estío, hecho para ser acariciado como a un recién nacido, un libro de los viajes de vuelta a la casa de aquí de todos, un diccionario de los sentimientos, un traductor de las sonrisas de todas las palabras que acaban en Compostela, que es la ciudad donde las fuentes manan leyendas.
Porque desde lejos Santiago se mira al revés, vista desde la tarde de los tiempos el viajero contempla sus torres desde abajo como las patas de una colosal mesa que sostuviera un mundo, una historia, un pueblo por entre las que nos dejamos llevar apenas movidos por el caprichoso viento que levanta las faldas y las sotanas, un atril sobre el que descansa ese gran libro de la vida en el que una ciudad acaba por convertirse en todo un capítulo del Hombre.
Y entre sus calles mil veces recorridas por vez primera cada noche, brindamos con esos mismos cuencos asonantes de arte mayor mientras se siembran sueños y se cosechan soñadoras con carmín, donde como con el bosque y los árboles Santiago no deja ver el mundo, es esta Compostela de los dos ríos en los que se nos encuentra llorando como un Heráclito celta que cuenta con los números romanos de los dedos los días que faltan para que acabe la eternidad soñada y sabida de que vivir en Santiago es haber nacido dos veces.
Porque desde lejos Santiago se mira al revés, vista desde la tarde de los tiempos el viajero contempla sus torres desde abajo como las patas de una colosal mesa que sostuviera un mundo, una historia, un pueblo por entre las que nos dejamos llevar apenas movidos por el caprichoso viento que levanta las faldas y las sotanas, un atril sobre el que descansa ese gran libro de la vida en el que una ciudad acaba por convertirse en todo un capítulo del Hombre.
Y entre sus calles mil veces recorridas por vez primera cada noche, brindamos con esos mismos cuencos asonantes de arte mayor mientras se siembran sueños y se cosechan soñadoras con carmín, donde como con el bosque y los árboles Santiago no deja ver el mundo, es esta Compostela de los dos ríos en los que se nos encuentra llorando como un Heráclito celta que cuenta con los números romanos de los dedos los días que faltan para que acabe la eternidad soñada y sabida de que vivir en Santiago es haber nacido dos veces.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 24 de Julio de 2009
5 comentarios:
Santiago es un lugar único en el mundo. Una ciudad que muestra varias dimensiones:
Por una parte, la ciudad tradicional; castiza, de cura y taberna: tenebrosa, estrecha, aislada, materialista, de clase, de España profunda y talante gallego. Esa del que todo Compostelano procede y a la que se debe. Santiago como aldea arcaica, de la Galicia más verde y pura
Por otra parte, está el Santiago estudiantil: el dinámico, el bullicioso, el intelectual, el de las niñas monas, los estudiantes pijos: anarquistas, comunistas, ""bloqueiros", perroflautas, neo-celtas, peperos, bohemios de sombrerito, punks cervantinos, gafapastas, góticos, "Hard-Góticos", heavys, alternativos, hippis, teatreros, cantautores, pancarteros, metrosexuales….El Santiago narcisista del siglo veintiuno.
Tenemos, también, el Santiago turístico: hogar del peregrino, de la gente colorada, que anda como abducida, con atuendo ridículo por las calles. La ciudad secular que nunca cambiará
Y no me olvido de otro sector, menos llamativo, pero también querido: los locos, que los sacan de Conxo a dar una vuelta. Hablan con las farolas y piden monedas en vasos de plástico, con pajarera ingenuidad. En su limbo, ¿Quién no los ama? Me gustaría ser loco de Compostela de vez en cuando.
Santiago es extraordinario: por su condición de crisol, donde se aúna lo gallego tradicional y lo más europeo. Lo joven y lo viejo. Lo sagrado y lo profano. Donde el Nobel más prestigioso toma las mismas tapas que el campesino más ajeno, el que viene a comprar pienso para sus caballos.
Y sin embargo, algo hay que me pincha en la ciudad: ser joven y compostelano de nacimiento lleva consigo una tara importante que no se evidencia hasta la juventud más plena: Santiago es lugar de peregrinaje, un goce al final del camino; una meta, una recompensa; un lugar para vivir otoñal y morir tranquilo, barbado, en paz con lo hecho, Con una posición, un trabajo, una fortuna, una familia, un ambiente. Si nada más nacer, todo lo que contiene Compostela ya te viene dado, sin esfuerzo, sin trabajo, creces sin capacidad de sorpresa; como atender una tienda de jabones y no percibir ya el perfume. Nacer en Santiago te maleduca, te da regalos que nunca podrás valorar y; de hacerlo, tendrás que estar siempre al asunto, siempre con la inquietud sembrada (“Vivo aquí, pero podría no haber vívido aquí ¿Por qué tengo tanta suerte? ¿Cómo asumo esta terrible responsabilidad? ¿Cómo retengo este perentorio estado de plenitud”?) De sobra está decir, lo traumatizante que puede ser para un chico acostumbrado a la majestuosidad, sensualidad y elegancia de Compostela, romper con su ciudad querida e irse, por cuestiones laborales, a otro sitio remoto ¡Esa es la cruz que tenemos los que aquí vivimos! Compostela es ciudad de disfrute para los que vienen de fuera; para los nativos, de soledad, contradicción e incertidumbre. A mí, al menos me ocurre. Siento que estoy en el sitio adecuado, pero en el momento inoportuno. Que una parte de mi experiencia vital se ha ido por el retrete, por nacer y vivir en un sitio que es todo nervio, todo activo, todo soledad, para los otros, no para mi. La rosa que no huele la rosa, que se aburre del rosal.
Esto me lleva a decir: “Santiago es ciudad para morir, no para vivir” Entiéndase esto correctamente.
Reverte, e non estiveches invitado ao cóctel do Hostal con toda a biutiful pipol de Santiago que tan barata nos sae aos contribuintes?
Casi no puedo escribir de la risa que me dio al leer que si me habían invitado a mí al Hostal. No, hijo, no me invitaron. Pero hay que ser justos: yo tampoco les invité a ellos a mi casa, así que estamos en paz (o puede que ese sea el motivo...)
No te hubiese gustado estar ahí?
Naturalmente que sí, es una noche única en el año y como experiencia y perspectiva nuevas sí quisiera vivirla.
Pero si lo que me preguntas maliciosamente es si lo que quisiera es estar con la "beauty", la respuesta es más compleja: en la beauty se está para ser visto, y uno todavía es más de mirar y, a ser posible, tocar. Todo lo demás son prejuicios, del que está y del que no está.
Espero no haberte respondido.
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