Aún está por ver si existe alguna explicación científica para el hecho, constatado hasta el hastío, de la atracción morbosa que experimentan los personajes más repulsivos moralmente hacia lo que coloquialmente se conoce como “protocolo”. Esta realidad, de la que ya hablaba Cicerón en tiempos, parece que acompaña al hombre desde entonces, baste recordar aquello tan evangélico de “sepulcros blanqueados”, pues ya hablaba el erudito clásico maravillándose al comprobar cómo las personas más ruines, hipócritas y falsas de su época no perdían oportunidad de hacer valer esos conocimientos sobre etiqueta, buenas maneras y tratamiento institucional o social.
Siguiendo los escritos del pensador romano, hoy seguimos sufriendo esa peste como maloliente sebo que supura la sociedad preguntándonos, al igual que Cicerón entonces, si es ese “protocolo” el que metamorfosea a estos sinvergüenzas o por el contrario son ellos los que buscan cobijo en él tal vez para esconder su podredumbre en insufribles disquisiciones, agotadores datos inútiles e intragables miramientos que, conociendo de quien viene, sólo nos provocan la risita primero y la carcajada al recordarlos.
Al final, por terminar con Cicerón, estos personajes que tanto se esfuerzan por cumplir el “protocolo”, olvidan los principal, decía aquel, la buena educación o, según sus propias palabras, esos que tanto hablan de protocolo“son como cerdos en su charca que se molestan si el porquero no se lava las manos al servirles”.
Pues es lo que hay, fíjese y verá.
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