Susana Fortes es la mujer que resulta de unir con una línea inimaginaria los castros gallegos sobre el mapa de los estupores de esta tierra de meigas con enaguas, un aroma a azahar de naranjos florecidos sobre brotes de centenarios carballos, la imagen a punto de quebrarse al lanzar una piedra filosofal sobre el agua bendita de la Albufera donde nadar y guardarle la ropa, el dorado cabello del segundo rayo de sol de la mañana atrapado con el reclamo de contarnos la historia de la historia con mayúsculas y visillos bajo la palidez de una luna recién estrenada, la mirada perdida donde nunca nadie pueda volver a encontrarla y la escritura que nos sabe al frescor del deshielo, gota a gota, de las montañas de tinta cristalina.
Susana es la tijera con la que se recortan las nubes en la tarde, una sonrisa para mil Troyas más entre labios que se nos hacen mandamientos, ojos de tapa dura como catalejos de pirata bravucón a través de los que nos muestra los nuevos mundos de siempre bajo la sombra de su silueta que es la forma de las maletas de los viajes al allí mismo, donde las páginas crecen bajo la hierba y se anhela tenerla enfrente como atril donde leerla bajo la luz de dos velas a punto de consumirse.
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