En materia de rotondas nunca fue sencillo tirar por la calle
de en medio, esas cosas de la geometría inaplicada al caso que les desocupa, a ellas,
a las brujas, a las de Raxoi. La calle de en medio, como la del olvido o la
calle de atrás, es por la que se van los que siempre están de vuelta o, según
no se nos mire, por la que se regresa de todos los caminos que hasta anteayer llevaban
a Rama. La de Galeras, la rotonda, es de esas actuaciones en plaza pública con
aura de gira nacional pero en compostelanismo, léase, el típico caso de caso atípico.
Una herida en el orgullo que tardará muchas lunas en volver a ver el sol, la
afrenta, la irrisión y, para qué negarlo, el ridículo a cuatro manos. Nadie
hablará más del bochorno que fue ver a una concejala a plena luz del día, y
bajo el sol que más calentaba, hacer de nocturna felina cuando sabido es que sólo
de noche todas las gatas son pardo. Afrenta, incuria, reventar la fiesta de los
cumpleaños y de los picnics con yogur de los de tropezones. Nadie le perdonará
jamás tener más que las clarisas en época de bodas. Frescos y duros. Nadie hablará
más de aquello que fue y no pudo ser, la despiadadez de hacer llorar a los
niños con zapatos de plataforma nuevos.
Y es que de aquellos lodos vinieron estos burros, que todo
está en los papeles, dicen, en los planes y en los planos en los que se ordena por
colores lo urbano y lo divino, que no le perdonan el crear mal ambiente, o al
menos medio mal ambiente, el de la otra mitad, y así todos a desfilar por ante la
fiscalía para poner desorden en el caos, y todos a visitar al defensor del pueblo
de cabeza, aunque sea de turco. Y que la autoridad decida. Y así saltan las
chispas como saltan las noticias y las pulgas, de La Voz Kids que pidió la
cabeza de la Pardo, al elegante ninguneo de El Correo a todo el que no le baila
el agua. Pero que nadie se equivoque porque a la hora de las medias verdades
todos andamos herrados, que desde aquella epifanía crepuscular para
desintoxicar a la plebe manipulada, lo que iva, con uve de uva, una insulsa
refriega por un quítame allá esos tojos se transformó en duelo de titanas de
las de falda ‘arremangá’ de las que habló al poeta cuando lamentaba que la
mujer más peligrosa no es la histérica, sino la histórica, la que recuerda que
en la rotonda de hoy hay y tiene menos papeles de ayer que el jamelgo de un
gitano o se han encontrado menos licencias de obra que en los castros de Baroña.
Pues a saber, que a veces la memoria es tan flaca como un inventario navideño
de vendex. Una herida en el orgullo rotondil, en fin, en la que todos
preferirán morir mutando antes de reconocer que desde aquella tarde somos una
potencia en cachondeo. La última palabra la tendrá la autoridad, faltaría más, pero
donde hay mala hierba no se atreve ni el caballo de Atila. Siempre que no se
confunda la última palabra con la última voz (edición Santiago), que nunca
faltará quien diga aquello de que aquí paz, y después glorieta.
Ya lo decían las meigas: las concejalas con mala leche no
existen, pero haberlas hailas.
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