jueves, 21 de julio de 2011

Anatomía de un Dátil (I)

De los mil modos que el genio humano ha creado para comer un dátil, aún desconoce por olvidada la que se presenta como más placentera, cual es hacerlo al natural. Alimento que tras el cataclismo los mismísimos dioses ocultaron a sus perseguidores en los lugares más seguros, discretos y tan olvidados como los oasis de los desiertos y los bolsillos de los locos, hoy el dátil es de aquellos contadísimos frutos que, por un capricho de la naturaleza, carece de sombra. Por tal motivo, y a causa de su natural aunque lógica tendencia al racimo, el dátil debe ser dispuesto con cuidado de maestro orfebre pues entre sus cualidades, apenas sabida, destaca la de saber aumentar su íntimo dulzor y goce propio cuanto más es consumido sin perder, antes al contrario pues diríse parecer revivir, sus cualidades.

Para ello ha de saberse que esta fruta debe ser aquilatada en superficie adecuada, ambiente acrisolado y exquisita luminosidad exenta. En tales condiciones se hace precisa mano de primoroso cirujano que, con la sabiduría que proporciona las cosas bien hechas, elimine finamente la capa que recubre con elegancia pero disimulo la fruta, ya con hábil maniobra al modo de un ojal, ya simplemente deslizándola, para obtener su primera y febril curación al socaire que despierte la melosidad de sus naturales esencias. Tras ello y siendo llevado a partir de este instante por la mano de la intuición, aplicando a partes desiguales sentidos de oído y vista, ha de saberse compactar pero, y esto acaba siendo lo fundamental, siempre en atención a la fruta que será con su saber de siglos la que indique el cómo y el dónde. Compactada con estas premisas, la naturalidad del dátil se presenta al fin en la magnificencia de su esplendor para entregar su color, textura y sabor en su estado natural.

Esta no es sin embargo más que una aproximación básica a la materia que requeriría un desarrollo minucioso sin olvidar nunca que el dátil tiene su tiempo y su espacio y solo él conoce acertadamente, por obra de su naturaleza propia, el momento adecuado y preciso para su deleite. Solo queda esperar saberlo.

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