Solo hay una cosa peor que aburrir a las ovejas: ser una de ellas. Fuera de ahí, más allá del redil, en la noche de la palabra dada, comienza a reinar lo que no es. Tal vez por creer que la noche todo lo ampara olvidándonos que siempre vuelve a amanecer, tal vez por creer que es en la noche, en los silencios de las soledades más negras, cuando las puñaladas traperas, las rematadas por la espalda, sin avisar, conocen mejor el camino en ese silencio oscuro que se busca para eliminar a quien ni siquiera se le ofrece la oportunidad de defenderse.
Pero es también en esa noche cuando el mango rutilante de los puñales clavados es, para quien ha querido de verdad, la mejor de las medallas, es cuando el eco de la palabra incumplida que se le dio sabe a miel en la herida, el precio de la insatisfacción del deber cumplido. Y ahora ese silencio que resuena como delator de una culpa para quien sabe que ha mentido, el de la soberbia de quien sabe que no ha cumplido su palabra, el de la vergüenza. Es el silencio, ese silencio, el de la callada por respuesta, sin derecho a esa última palabra, a ese último estertor que se le otorga a los peores criminales, el silencio que resuena cuando se resquebraja la noche sin dar un motivo, sin una razón, sin un por qué.
Es ese silencio por incomprensible lo que puede llegar a doler sin conseguirlo, cuando el dormir bien y a gusto lo impide.
Suena hoy ese silencio que nadie escuchará jamás, ese silencio solo roto por el rasgar de los pinceles de quien, en él, se retrata. Guardar silencio olvidando que el silencio es, también, libre. La libertad no es una flor que se luce en la solapa para presumir, es el campo donde crece esa flor.
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