Aún está por ver si el daño que andan provocando las aerolíneas denominadas low cost es o no irreparable para el devenir humano, el mismo que ya no viaja por inquietud antropológica sino por descuento. Semejante disyuntiva viajera es la misma que está llevando a algunos a sopesar el restringir ciertos viajes para según qué personas, y en el caso concreto de la concejala Reyes Leis, no son pocos los que se afanan en intentar retirarle el pasaporte, el deneí o el bolso para que no salga de casa. Porque si a los destinos ofertados se le une la cualidad de autoridad (sic), la mezcla es mejor no agitarla. Baste que siga en su cargo, que da para muchas galas, pero mucho cuidado adonde la llevamos de viaje.
La última de doña Reyes, cronológicamente hablando, fue en Pisa, donde hace unos días se reunieron sesudos prohombres para tratar de las catedrales europeas, su restauración y demás cuitas, y ahí es donde entró su genialidad con laca en juego. Pues donde todos creyeron ver sillares y gárgolas, ella visionó una “tasa por turismo” para implantarla en Santiago. Como lo oyen. Eso sí, el argumento resulta incuestionable, rotundo y para ella definitivo: en Pisa funciona muy bien esa tasa. Al menos los tres días que dice estuvo. Y aunque nos alegramos de su buen funcionamiento allende los Alpes, Pisa no es Compostela ni quienes llegan aquí son los mismos que recalan allá en ofertas de última hora o caídos desde el cielo nipón. Parecer que ser que en tratando cosas eclesiásticas como las catedrales todo se resuelve en pedir. ¿Y por qué ha de pagar? Por haber venido. Pero oiga, yo…lo sentimos, no haber venido.
Y es que la tasa turística fue, no hace tanto, caballo de batalla de su partido, el mismísimo demonio que había que exterminar, y sus resultados allí donde se introdujo resultaron ser bastantes desalentadores. Tal vez porque hacer pagar a un señor que decide venir porque le sale del talonario al regidor de turno se antoja extraño a priori. Así se lo ha tenido que recordar hasta Rubén Cela, el concejal de nómina y despacho de político profesional pero indignado de tardes y festivos, empleando para ello buenas razones y mejor lógica. ¿Volveremos a oír hablar de la tasa turística? ¿O acaso culaquiera por regresar de Pisa se inclina por decir lo primero que se le viene a la cabeza? ¿Se ha dejado llevar por el jolgorio vivido, por la alegría etrusca, por el amaretto? ¿Es manera de hacer política hablar de lo bonito que es todo y que puede que la solución sea cobrar una tasa, explicando a su aire el asunto como quien nos enseña nada más bajar del avión su ensaimada mallorquina? Si no quieres arroz, toma tres “tasas”.
Al menos todo eso contó. Esperemos que no haya que pedir copia autorizada de sus palabras, no sea que una cosa fue lo que dijo, otra lo que se oyó, otra lo que quiso decir y una más lo que entendimos. O no pudimos entenderla por todo lo anterior.
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