jueves, 7 de junio de 2012

Lobelle, pelotazo en lo más alto o balonazo en lo más bajo

No es fácil de comprender, aunque sí de entender, por qué las autoridades reciben a los clubes deportivos cuando alcanzan algún logro en su disciplina. Tal vez porque, a su modo, estos clubes “reciben” a esas autoridades cuando estas a su vez alcanzan alguno de los suyos. Reciben, se entiende, a su manera, claro.
En este contexto extraña la dimisión del señor Lobelle, dueño del club de fútbol sala que lleva su nombre y nuestro dinero. Dimite porque no se lo mantienen. Así lo ha dicho alto, altísimo, y poco claro, poquísimo: acusa al anterior concejal Bernardino Rama y al anterior alcalde Sánchez Bugallo, que sigue en política a pesar de no haber sido elegido alcalde, de no pagarle lo que le prometieron, más de doscientos mil euros al año. Y si piensa usted que es mucho dinero, quédese tranquilo porque se trataría de dinero público, de todos. Dinero público para que en una entidad deportiva privada le den patadas a una pelota. Pero, ¿no llevan también el nombre de la ciudad por esos campos de Dios? Sí, un poco, al lado del de la empresa, y por ese dinero tal vez hubiese resultado más rentable ir puerta por puerta convenciendo a los españolitos para que viniesen a Santiago, ¿no le parece? Pues hay a quien sí.
Hasta ahí llega lo que podríamos llamar el esperpento habitual, que es donde comienzan a surgir algunas cuestiones difíciles de cuadrar para algunas mentes obtusas, porque el propio Sánchez Bugallo ha reconocido que se han entregado subvenciones directas (¡!) por importe superior al millón de euros al club, y otros miles en concepto de diversos. Muchos cuartos, sí, pero no lo "convenido" entre ellos. En efecto, o en efectivo, dinero de todos para un club privado por muy bien que juegue, gane mil copas o sea ejemplo para la juventud. Vale, ¿y ahora qué?
Porque de esos pagos nos estamos enterando ahora, y ese acuerdo de manutención lo hemos conocido porque el señor Lobelle ha denunciado su incumplimiento. ¿Existía de verdad? ¿Dónde se acordó, y cómo, y por quiénes…y por qué nos enteramos ahora y de esta manera?
Y nos preguntamos qué es peor ¿disponer con semejante alegría de ese dinero para lo que no deja de ser una empresa privada, o acaso aceptarlo como tal empresa privada sabiendo que es dinero de todos los contribuyentes? Porque lo de sentirse víctima de los engaños políticos está bien, no como para una telenovela pero lograr conmovernos. Pero nada más.
Son estas preguntas que nos hacemos porque a fin de cuentas
los ciudadanos sospechábamos que los políticos pensaban que éramos tontos. Ahora podemos estar seguros que lo creen a ciencia cierta.

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