Los escépticos más recalcitrantes, aquellos que ni creen en
el Fin del Mundo ni en la marcha de Sánchez Bugallo, han de saber que ésto, lo segundo,
ya ha acontecido, así que cuidado. Porque Sánchez Bugallo ha pasado a mejor
vida, una inmejorable, la de diputado autonómico, premio gordo de la lotería
entre las loterías. Atrás quedan veinticinco años en Raxoi, doce de alcalde,
más que Zapatones reclinado en la barra de la tasca. No es que no quisiera
irse, es que no podía levantarse, no se acordaba cómo era este magnífico ejemplar
de polititauro que, como los mitológicos centauros, tenía torso de persona y
poltrona de cintura para abajo. Un cuarto de siglo del primero al último de sus
años, que se recuerda pronto, y es hora pues de los reconocimientos y
homenajes, entre ellos el nuestro, por qué no, ahora que afirma sentirse
orgulloso de sus años de trabajo, que habría que ser muy tonto para decir lo
contrario, y de cómo deja la ciudad, otro tanto. Quedan para analistas y
consultores políticos vendedores de crecepelo la trayectoria política de
Bugallo, sus errores y aciertos, que los demás nos quedamos con lo de la
despedida el día en que se marcha por no donde no había venido, con viento
fresco, casi gélido, de la mano ampulosa de Marisa del Río hasta completar, con
la dudosa certeza de Paula Prado, también del Río, cuatro bajas electorales, un
adiós digno de estudio en el que pronto sabremos si ha sabido dejarlo todo
matado y bien matado lo mismo en su partido que colocados a los suyos también
en el partido de enfrente.
Se va, en fin, Sánchez Bugallo camino del Parlamento
siguiendo los pasitos nerviosos de María Seoane hacia ese cementerio de
elegantes en que se está a convertir el Hórreo. Se va y se le despide como
quien ha llegado a su meta, como a un maratoniano al cruzar la línea, como quien
ha acabado su labor…
…¿o no? Porque no se iría de seguir siendo alcalde, mire
usted, que se va porque un puñado de malhadados votos del Bloque le impidieron
seguir sacando brillo a la vara de mando, que se va, oiga, lo mismo que se
hubiera quedado en tal caso otros cuatro, o doce o quinientos años más. Eso sí,
o de alcalde o nada. Alcalde cercano, apacible, conciliador, amigo de sus
amigos aunque lo fuera solo de ellos que se sepa, que muy mal andan las cosas
en política cuando nos conformamos con que un alcalde sea solo eso, buena
persona, para qué más. Tal vez haya otras formas más elegantes de decir que se
marcha porque los ciudadanos lo han querido en la posición y él no ha querido
escucharles, pero como no sabemos cómo hacerlo mejor, valga esta despedida. De
todo corazón y con todo el afecto.
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