Touriño y Martin Sheen disertando sobre la posibilidad de llevar su libro al cine |
Pocas cosas provocan tanto el
morbo o excitan la curiosidad malsana como la acérrima defensa del honor cuando
nadie lo ha cuestionado. Se consigue así el efecto contrario. O no, si hasta con
la lástima puede comerciarse de algún modo. Tal vez porque el honor, cuando
existe, no precisa que se defienda sino que se muestre; tal vez porque esa
defensa supone, en sí misma, cuestionarlo porque así funciona la complejidad de
la mente humana, con pulsiones primitivas. Es de comprender pues que para la
intuición popular esa defensa, en su furia, algo oculta, algo que la
experiencia suele situar no en la esfera del defendido sino en la miseria que se
esconde y así se delata, del defensor que convierte cada alabanza en confesión
de la carencia propia. Excusatio non petita, proclama el aforismo forense, una
defensa tan llamativa que apela al morbo que, torpemente, se busca evitar para
culpar, como es habitual entre los espíritus despistados, al lucero del alba,
una manera de decir que se defiende para que nadie piense que también nosotros
somos igual al defendido. Y así, en lugar de sacar pecho se saque la dentellada
y hasta la amenaza. También puede que tal vez nada de esto sea así, tal vez,
pero es lo que se consigue provocar, la sensación tan blanca y tan embotellada
que queda. Y es precisamente en este contexto del que hablamos cuando en los últimos
días dos acontecimientos han cobrado especial últimamente al hilo de lo
expuesto.
El primero de ellos viene de la
mano y la pluma del ex presidente Touriño, ese hombre tranquilo, casi
somnoliento, que ha sacado a la luz de las tinieblas una suerte de desmemorias,
o recuerdos, sobre sus años de cetro y armiño. Dispuesto a no querer ser una
marioneta, aquel Emilio no ha dejado títere con cabeza entre propios y
extrañados, sembrando de minas el camino que debe aún debe recorrer un
fantasmagórico José Blanco y de trampas fatales las estancias de quienes le construyeron,
tras su derrota, una gatera en la puerta trasera para que saliera por ella.
¿Por qué esta defensa de su honor, de su recuerdo? De lo leído hasta ahora solo
queda claro que prefiere reconocer que si quedó como tonto fue voluntariamente,
no porque nadie le obligara. Por este motivo dicen quienes fueron sus
compañeros que si lo que busca es un monumento solo será posible en una plaza,
la de María José Caride, un monumento al “dedo”, afirman con cierto misterio.
El segundo de los episodios se ha
escrito en Raxoi con el despido y posterior reingreso por decisión judicial de
la antaño denostada Pilar Bermejo, a la sazón jefaza de la UMAD con el anterior
gobierno municipal. Cesada tras ser acusada de favorecer a la empresa de su
hijo en determinadas concesiones, ahora vuelve a la administración ya que se ha
decidido no indemnizarla. Recurrió y ha ganado este primer envite, un round que
no sabemos si aclara algo sobre aquello de lo que se le acusó, que la cuestión
laboral y procedimental es otra cosa que en nada, o en poco, afecta al
nepotismo ramplón. Ahora está otra vez allí, es lo cierto, con honor o sin él,
esa cosa que a la intemperie brilla o se oxida según su calidad. A nadie le
importa el honor hasta que le toca a uno, entonces todo se vuelve terrible.
Hasta entonces, al menos en privado, todo vale para con los demás.
Touriño y Bermejo, dos casos de
honor en solfa. Será cierto que, como dicen nuestros viejos paisanos
desdentaos, antes de lanzarse a defender el honor debemos estar muy seguros del
nuestro.
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