Brindo por quien, señores, la victoria,
muerto mas no vencido, dio al tirano;
el ilustre varón de alta memoria,
el célebre Catón republicano:
de nuestra idea a la futura gloria;
Y brindo por el pueblo soberano,
y a quien acate, libre como el viento,
el vuelo del humano pensamiento.
Oye, !oh pueblo!, sectario de una Idea,
bendecido por Dios: oid hermanos;
no abandoneis el campo de pelea;
todos sois en la tierra soberanos.
Ya rompe nuestra aurora y centellea,
y ha quemado la frente a los tiranos,
que cobardes, los ciega y les asusta
el resplandor de la verdad augusta.
Campeones de Dios, sabio y clemente;
iguales os formó la naturaleza:
soltad el vuelo a la abrasada mente,
levantad a los cielos la cabeza.
Decid: ¿quién hizo al hombre diferente
de su hermano? ¿Quién dio mayor nobleza
al corazón de un déspota tirano,
que al honrado sudor del artesano?
Responde: ¿No sentís todos latiendo
gigante un corazón dentro del pecho,
un pensamiento en la cabeza ardiendo
que a todos juzga con igual derecho?
¿Hay razón a que uno esté gimiendo
y duerma el otro en el dorado lecho,
convirtiendo de Dios los hijos bravos
en tropel de reptiles y de esclavos?
Y tú, pueblo, el que sufres resignado,
el que da hijos a la inicua guerra,
el que hace, pobre, de sudor bañado,
en pardas mieses reventar a tierra;
tú, que ignorante vives y humillado.
Tu grande porvenir en ti se encierra.
¡Pueblo libre!: levántate, y, valiente,
el sol contempla con osada frente.
No hay vallas para ti: sobre ti brilla
grande la libertad; libre es tu ciencia:
tu sagrado corazón y sin mancilla;
libre tu pensamiento y tu creencia;
un baldón de tu raza la cuchilla
que viola la voz de tu conciencia.
¿Quién es tu juez, oh pueblo? No tu hermano:
tú eres de ti mismo soberano.
No es tu suerte alcanzar sangrienta palma
para un poder sin leyes y sin vallas,
el quebrantar las alas de tu alma,
y el entregar tu cuerpo a las batallas:
no servir de esclavo a quien con calma,
te mira revolverte en las metrallas,
y, enemigo inhumano de tu vida,
asaltarte en combate fraticida.
Caiga, pues, esa turba de reptiles
que ostenta con orgullo tus blasones:
písalos todos cual gusanos viles:
queme el fuego sus necias distinciones,
y habiten los cernícalos sutiles
la oscura soledad de sus mansiones,
y arrebaten los roncos torbellinos
el montón de sus viejos pergaminos.
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