Por Paola Castro
Está por ver si la imagen de
Albino Vázquez esposado, que pudimos ver por vez primera el viernes en Santiago
TV, marcará un después y un muchísimo después no solo en la evolución de la
corrupción política compostelana, sino en su tratamiento. La palabra eposado,
que vale más que mil imágenes, provocó el silencio, el estupor, el tragasaliva
de muchos. Nadie duda que la jueza tendría sus razones y hasta sus motivos para
acordar tal medida pero…
Solo en la jurisdicción del alma
es donde se permiten los juicios de valor y el mío es, para que no quepa duda,
subjetivo de la primera a la última pestaña, personal y transferible. Hay
personas que caen bien y otras que caen como meteoritos rusos. Albino Vázquez
cae bien, lo que puedo decir desde la desfachatez de ni conocerlo en persona ni
haber estado nunca con él. Por tal motivo su imagen esposado se me representa
como la estampa fiel de la desolación, no solo la suya, sino la de la
ciudadanía. Ni en los sueños más calentorros una puede alegrarse de la
imputación de nadie, de la caída en desgracia de ningún político, nunca, porque
su fracaso es el fracaso de toda una sociedad. La imagen de Albino ha sido, en
ese sentido, la de toda una ciudad. Ese mazazo a la conciencia que nada tiene
que ver con que sea inocente o culpable, que tal cosa no es asunto nuestro como
tampoco la demagogia de saldo sobre su esposamiento, si se demuestra su
culpabilidad, duro con él, muy duro además.
No se trata, pues, de discutir
sobre la conveniencia o no de su esposamiento o de hacerle aparecer de ese modo
en público, eso queda para quienes se escandalizan por el tratamiento de las
noticias de unos con amenazas de quejas formales y bla, bla bla para, poco
después y cuando se trata de los otros, actuar como ratas, que no es cosa de
vergüenza sino de falta de ella.
Pero no es ese debate, no, es
otra cosa ahora. Es el rostro de Albino Vázquez, su expresión, su mirada en la
que la ciudad se ve reflejada, sus años, sus pensamientos, somos todos los que
ahí vamos prendidos con esposas, grilletes, la ciudad enfangada y doliente que
sabe que nada va a cambiar y que la cuerda, salvo la de los ajusticiados,
siempre se rompe por la parte más débil.
Una se ha convertido al
Albinismo, qué le vamos a hacer, esa dolorosa cofradía que camina esposada bajo
las sombras de quienes se ríen de los ciudadanos, ya sea los ahora detenidos
como los que, de momento, respiran tan aliviados que hacen gala de ello. Pero
sobre todo por los que, mañana, cuando vuelva a salir el sol, seguirán
afilándose el colmillo esperando a que no quede nadie para hacer lo mismo que
los ahora detenidos que, a fin de cuentas, se les adelantaron. En nombre de la
regeneración política, naturalmente…
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