Los últimos incendios en el Pedroso han puesto en evidencia
la necesidad de mantener limpio el monte, limpio de polvo y paja se dice, que
no está bien que los amantes vuelvan a casa de su otro u otra oliendo a
churrasco barato.
Del mismo modo que por el fuego se sabe adonde irá el humo,
podemos llegar a conocer que para quienes con él comercio o trafican, con ese
humo, los días de la crisis que siempre acaban a la mañana siguiente seguirán
siendo días fructíferos, de vino y rosas. Arde el Pedroso con desgana,
perezoso, torpe, arde como era visto en ascuas sin sardinas a las que arrimar,
señales de humo con rastro de mecha al decir de Luis Bello, incendios
potencialmente criminales que dicen las concejalas, mire usted, que tienen más
mechas aún. Arde el monte y vuelve a hablarse de manos negras de guantes
blancos, vuelve a hablarse de mantener el monte limpio, fregado, y bien peinado
con la raya del cortafuegos a un lado. Tardes de hacerse fotos con bomberos, de
pocas autobombas y muchos autobombos. Fuego criminal que pareciera tener tres
mandíbulas, columnas de humo como cordones umbilicales de la muerte hasta
alcanzar el cielo. Humo de sacrificio irracional e ingrato, humo a la vista de
todos, de hidroaviones de mala agüero.
Pintaron la puerta de Salomé, pintarrajearon, arte
callejero, y dijo Cela, Rubén, que eso no está bien, no, pero tampoco está bien
que los grafiteros no tengan un espacio público de expresión artística. Que qué
mal le sienta a algunos la paternidad.
Buena ocasión la de los fuegos para lanzar a ella los libros
de historia, esos indeseables que siempre escribieron otros. Qué felices
seríamos sin ellos, cada día escribiendo la historia, olvidándola al
acostarnos, cada día un referéndum, cada noche un plebiscito. Mala es la
historia que no evoluciona, muerte a la historia, sí, rescribámosla.
Tardes de fuegos cuando proliferan quienes venden humo y
carros a los que apuntarse,
que hay gente pa’tó.
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