Es la pregunta
imposible que precede a la inevitable respuesta improbable.
Está en el corazón de
Santiago, en su centro histórico, en una calle mil veces transitada, comercial,
popular, tan a la vista de todos que nadie repara en ella.
Por supuesto, carece
de rótulos o carteles, ni indicativos ni placa en su portal.
Su exterior en nada
difiere de los edificios que la circundan.
A simple vista es una
vivienda más, un inmueble con bajo, dos plantas y un ático sin terraza. Su
puerta exterior, de madera. Sus ventanas, con cortinas y visillos.
No tiene timbre ni
aldaba. Solo se puede entrar con llave.
Su dirección exacta,
creo que no tiene importancia en este momento.
Quien pueda saberlo
dirá, cuando se le indique:
“¿Este es el lugar?
¡No me lo puedo creer! He estado pasando por delante toda mi vida.”
Eso dije yo.
Seguro que todos los
que me precedieron exclamaron lo mismo.
(…)
Nada más entrar nos
recibe un amplio hall diáfano con la solería de damero en blanco y negro.
A la derecha, una estancia al mismo nivel alberga, discretas,
una despensa y una cocina.
Al frente, una
escalera señorial de pasamano labrado, y peldaños de mármol nos invita a subir
a la segunda planta.
En una pequeña
oquedad al pie de esa escalera se abre el espacio necesario para un diminuto
montacargas, con espacio para dos personas.
“Para el servicio de
cocina o para quienes tienen dificultad a la hora de subir”, me dicen.
“O la tienen para
bajar cuando amanece”, me puntualizan
En el recibidor, la
pared de la derecha tiene un armario empotrado.
Un poco más adelante,
un aseo.
Las paredes de esta
entrada suelen encontrarse repletas de cuadros y estanterías con obras de arte
de nuevos creadores.
Allí se decide si
prosperarán con su apoyo o se dejarán a su suerte, como es lo habitual.
La primera planta consta
de dos estancias.
La primera tiene un
salón muy amplio en cuyo lateral, según se asciende, se encuentra una barra de
bar y la puerta del montacargas de donde llegan las vituallas de la cocina.
Frente a ella, un
enorme espacio vacío rodeado de butacas.
“La zona de baile. O para
hablar de pie”
Al fondo, mesas y
sillones cómodos para departir. Un televisor y un sofisticado equipo de música
ocupan uno de los rincones del fondo.
La segunda estancia
es un reservado, sin puertas, junto al tramo de escalera que lleva a la planta
superior. Solo alberga una mesa grande, como de reunión.
Ambas estancias carecen
de cuadros u otro tipo de ornamentación.
La segunda planta
parece estar destinada al descanso. Aproximadamente mide la mitad que la primera
y está ocupada casi en su totalidad por divanes y sofás convertibles en cama.
La sensación que
produce el lugar, a cualquier hora del día, es la de ser siempre de noche.
En el ático, donde
nadie puede acceder, viven las dos jóvenes encargadas de la limpieza, la barra,
los suministros y la cocina.
He creído importante
hacer esta somera descripción del lugar para facilitar la narración posterior
de lo que allí he vivido.
Y sigo viviendo.
(…)
Continuará
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En el Casino
En el Casino.
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