Por Lupe Castiñeiras
No, no estamos a favor de que se prohíba informar acerca de
asuntos que estén bajo secreto de sumario, siempre que el que investiga sepa
qué hacer con lo obtenido, y siempre que no ocurra, como en Santiago, que se
haga selectivamente para que se sepa ‘lo que nos interesa’, que es como hacer
de periodista prostituido, o algo así. No estamos a favor, no, pues gracias a
esas informaciones ha podido celebrarse el juicio del Caso Faisán que, de otra
manera, hubiera muerto de inanición política. O judicial. O puede que de ambas.
Aquí en Santiago nuestro propio Caso Faisán es el Caso
Capón, vulgo caso Carril, caso que se presenta con exquisitos matices de
difícil digestión y complicada evacuación. ¿Recuerdan la ‘mona’ de Ángel
Espadas? Ahí empezó todo, al parecer, cuando el atestado judicial llegó antes a
los medios ‘habituales’ que al desinteresado por más que, en honor a la verdad,
este no hubiera podido siquiera entonces saber cuál era el anverso o el revés
de la denuncia. A partir de ahí todo fueron carreras y desórdenes en lo que se
entremezclaban curiosos personajes más o menos emparentados con la política o
los políticos para finalmente acabar todo como ya sabemos. Pero al tiempo
surgió la figura de un personaje sobre el que cayeron todas las miradas, el
agente Carril, cuya desaparición en
Raxoi era, para los del caso Capón, el equivalente a salvaguardar el ‘proceso
de paz’ para los del Faisán. Y se pusieron manos a la ubre para demostrar tanto
que era mal funcionario como que tenía la costumbre de actuar para socavar el
poder popular recién estrenado. Y consiguieron demostrarlo, a juicio de López
Suevos. ¿Y cómo lo hicieron? Puede consultarlo tanto en el Auto de
sobreseimiento como en el artículo de El País de ayer sábado, ya sabe el que
comienza diciendo ”Tenemos trincado al
policía” y acaba, como suele ocurrir, con la desilusionante sensación de ‘¿eso
es todo?’.
Estas cosas, cuando se quiere, son jugosas hasta la baba.
Métodos mafiosos, se ha dicho, pero sin emocionarnos porque más parecen de Anacleto acompañado de
Mortadelo y Filemón con Ofelia de secretaria en lugar de encargar esos trabajos
sucios y desaseados a los subalternos.
¡Esos son los sinvergüenzas que nos gobiernan con maneras de
cosa vostra! ¿Por qué no se manifiesta la ciudadanía en Santiago ante estos
casos? La respuesta puede ser doble. Primero y obvio, porque la alternativa es
el partido socialista y su oligárquica visión de la sociedad. La segunda, menos
evidente, más elaborada, se deriva de la sentencia del propio caso Faisán que
el tribunal dio por buena, que salvar el proceso de paz ‘justifica’ para la
ciudadanía ciertos comportamientos si se alcanza un fin superior. Allá el
proceso de paz, acá poner fin a las tropelías de un policía incumplidor y con
veleidades políticas. ¿Es esto justo? Creemos que no, pero sirve para explicar
la visión de buena parte de la sociedad que, más allá de estruendosos titulares
periodísticos que acaban diluidos como azucarillos al leerse, y proclamas de escandalizados
políticos que, en realidad, no dicen nada, como vimos con la apocalíptica ‘exigencia’
de dimisión de don Francisco.
No, ni compartimos la sentencia del Faisán ni los métodos
empleados por los justicieros de Raxoi. Pero las argumentaciones en ambos casos
dan que pensar, ¿es lo que quiere la sociedad si el fin es superior? O, como dijeron
ayer en una tasca, “no sé si me preocupan más esas prácticas o las razones de
quienes se alinean con el policía pendenciero, ¿qué esconden?”. Un razonamiento,
en definitiva, que solo se explica por la deriva putrefacta de las luchas
partidistas.
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