Por Ana Ulla
¿Recuerdan?...Érase una vez un jurista de desconocido
prestigio que se jactaba de estar reunido con la cúpula de la judicatura
coruñesa. Érase que se ufanaba de estar urdiendo una maniobra para vengarse del
daño y el mucho llanto que habían causado a su hermana al relegarla
impidiéndole ser alcaldesa. Érase que se trataba de imputar al gobierno
municipal y que la querella recayese en determinado juzgado. Érase que se
jactaba el jurista del apoyo expreso que tenía de La Voz de Galicia. Érase que
una ciudadana indignada presentó la denuncia ante la Fiscalía y tuvo sus dos
minutos de gloria en aquel rotativo. Érase que el asunto se instruyó, se juzgó
y se condenó a siete concejales. Y érase, en fin, que apenas el asunto salió
del viciado aire judicial de Compostela, lo que en su día fue un apocalipsis ha
quedado en un brindis a las lunas. ¿Recuerdan? Porque así lo contaban los ‘papeles de
la Pokémon’.
Así lo recogimos en su momento, paso por paso, con nombres
fechas y apellidos que, por otro lado, fueron también publicados en los
distintos medios. Pero nadie, entonces, hizo caso. Claro como el agua, punto
por punto, con la precisión de un reloj suizo. Bastaba con imputar y se obtuvo
hasta una sentencia sustituta, se entiende que sustituta del escrito de
acusación con el que compartía incluso las manchas de café.
Pero esto es Santiago, de manera que no pasará nada. Ni
habrá Voz que hable.
La verdad se perderá como en un páramo. O un prado.
Porque del mismo modo que nunca pudimos estar ciertos de la
verdad inocente de los entonces condenados, sí del insulto a la razón que
suponía el disparate de la sentencia de condena, disparate que con elegancia
forense ha puesto de manifiesto tabién la Audiencia. Más aún, que se dice,
cuando llama la atención sobre que la parte acusadora ni siquiera parece saber
lo que es la jurisprudencia.
Nunca se vieron siete santos y medio juntos, porque o se
pasan o no llegan como don Mendo en su partida, que distingue esta apelación
entre la infracción administrativa y el dolo penal, distinción que por falta de
espacio no se recoge en los análisis periodísticos que inundan hoy la secciones
periodísticas de los “si ya pero…”, falta de espacio en las páginas, claro,
pero más en los cerebros y especialmente en los celebro.
Hoy vuelven los cauces a sus aguas, la hora de volver a ser
amigo porque se ha hecho justicia y todos, todos, sabían de la inocencia, pero
callaban porque en Compostela es peligroso hablar alto y dejarte ver según con
quién, que al momento te tachan de cualquier cosa pero sobre todo te tachan de
las listas de invitados, y eso en esta ciudad es peor que morir a pellizcos.
Ahí queda la sentencia, la que puede leerse en clave
política, jurídica o, más recomendable, de la primera a la última palabra. Todo
lo demás, incluido este pasaje, queda para la galería. Pasadas las horas nos
queda el regusto amargo, no de lo pasado, sino de que hoy aún no se sepa que lo
administrativo no es lo penal y que lo mal hecho entonces, como afirma y
reafirma la sentencia, no es materia que se debiera juzgar como se hizo. Pero
esta distinción, al parecer, a nadie le importa. Había base para el juicio, se
insiste, pero no se le pueden pedir peras al peral.
Allá estos concejales con sus daños morales y sus vidas rotas.
O no. Que nadie les obligó a estar en un partido ni ser tan servidores públicos.
Si tienen redaños que se revuelvan y contrataquen, que es mucho suponer que
hagan. Que no es lo mismo ser inocente que candoroso. Allá ellos con sus cuitas
políticas y judiciales, y allá quienes viven de darse dentelladas y de dar
consuelo a buen precio.
Aquí solo recordamos una cosa, la misma con la que iniciamos
estas palabras: Érase una vez….
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