Por Ana Ulla
Suele ocurrir en Santiago que la liebre salta donde
más se la espera. Tal vez por ser una
ciudad privilegiada, única, exquisita y profundamente afortunada ya que, de
entre todas las que salpican el orbe conocido y por desconocer, ha sido la escogida por Martiño Noriega
para plantar sus reales. Por la ventana de atrás, eso sí, la que se deja
abierta después de usarse el excusado, pero abierta al fin y al cabo. Noriega,
que pretende batir el record de José Canedo en su afán por presentarse por más
siglas/elección, ha elegido la ciudad de los apóstoles con el aura que le da el
haber sido en los últimos años, siglos para algunos, el lazarillo del tormes de
Beirás, río a modo de Rubicón con propiedades del Limia, y el bagaje incontestable
de cambiar de sombrero en marcha siendo regidor de un Teo cuya gestión, al
parecer, es aval más que suficiente para el leal saber y entender de lo
Compostela necesita y que es, como cualquiera sabe, una cosa distinta cada día.
Lo cierto es que su irrupción en campaña
ha supuesto todo un jarro de agua templadita en el panorama apolítico
compostelano a falta de pocas semanas de lo se que augura más como reyerta que como
batalla electoral. Y no faltan sinrazones para ello. Será un gusto asistir al momento en que el Elegido,
Martiño, se vea calva a calva con el Legítimo, Cela (no confundir con el otro), el de nombre Rubén, y la cara que en las sombras de sus gritos regalará esa bruja
mala que dice ser y hasta llamarse Yolanda (Iolanda, que suena más tremendísimo
en gallego) Díaz Pérez (que suena a señora de Cuenca, qué le vamos a hacer).
Llegará así Martiño en lo que se espera sea su gran salto sin saber si será
adelante o atrás, salto mortal o salto de mata. Y lo hace de la mano afilada de Compostela Aberta, la
formación que busca devolver Santiago a sus ciudadanos, por más que lo contrario,
devolver los ciudadanos a Santiago, sería más provechoso al decir de algunos. Limpiar
la inmundicia de Raxoi como Hércules limpió los establos de Augías, esa será la
tarea, bien remunerada, de cuantos se postulan. Una propuesta que llega con un marcado
“carácter social”, se oye decir por los rincones, y se asiente con la venerable
nobleza del mulo que sube y baja la cabeza, como si supiera de qué se le habla,
en actitud de profunda y grave sabiduría porque, ¿qué es lo contrario al
carácter social de lo que no deja de ser una candidatura política, pura y dura?
Misterios de la entelequia politológica, esa que es capaz de hablar sin peinarse de agrupaciones muy democráticas.
Y es que a Santiago, en fin, también le llegará su Martiño,
santo o no, anunciado como una marea ciudadanísima, o como una riada, o como
una tubería rota, dependerá de lo alargada que sea una sombra de Conde Roa y su
festivo recuerdo en la memoria de ameba de los compostelanos. Llega Noriega en
olorcillo de multitudes y no sabemos si será capaz de acallar esa otra cabeza
brillante, por encerada, del socialismo santiaguérrimo, la de Reyes, Paco, que
camina hacia la vara de mando por un camino de pétalos de espinas sin rosa, que
es una variedad de capullo de esa flor, o de pétalos de tréboles, alimento
sabido como gustoso del rebaño más bovino.
Llega el prohombre de Teo y desde el Pp ya sienten
las mariposas en el estómago, la risa floja, las caricias en las rodillas de la
otra bajo la mesa, la mejor noticia que podían esperar, aritméticamente
hablando, haciendo palmas con las ojeras, tendiéndoles a sus acólitos puentes de
plata donde colgarse después para desdicha de unos y nueva desazón de esos otros ‘peperos’
que con los socialistas, léase ‘coaliciones de progreso’, hacían más y mejores
negocios que con sus cuates de carné.
Llega Martiño Noriega a Santiago y no se habla de
otra cosa. Será que el asunto trae cola. O coleta.
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