Por Lupe Castiñeiras
Si algo hemos aprendido de la presente crisis política es
que solo hay una cosa peor que el político profesional: el político aficionado. Y ello, por dos motivos. El primero, porque está resuelto a defender sus ideales hasta la muerte; y segundo, porque esa muerte debe ser la de su contrincante. Tal es la situación tras las últimas elecciones y el desconcierto creado en buena parte de la sociedad que a esta hora, moviendo los muebles los llamados gobiernos ‘de la gente’ en las instituciones, no se sabe si ya sí los representan,
o todavía no, o quién representa a quién cuando hace solo unos días los que
ocupaban los escaños no representaban a nadie y ahora sí, o son los de Sol, o
quién carallo representa a quién y con qué horario, o quién sabe dónde tiene que ir
para que le renueven el carné de conducir.
El efecto del voto en cada cual es fácil de descubrir cuando
vemos quién se lleva las manos a la cabeza y quién al bolsillo. E incluso hemos
podido comprobar cómo personajes de una sola neurona hablan ahora, ¡ahora!, del
éxito de cuestiones tales como la marca y el mercado, el márketing en suma,
para explicar los buenos resultados de esos partidos de ‘la gente’. O lo que es
lo mismo, personas para las que la gente es un mero consumidor de política, una corriente de pensamiento que funciona a
la perfección como caldo de cultivo para la corrupción. Porque de eso se trata,
suponemos. O podemos. Podemos suponer, se entiende.
Pero hay algo que, más allá de otros sesudos análisis,
diferencia a estos gobiernos de ‘la gente’ de los anteriores gobernantes. Y es
que estos actuaban como si la gente fuese tonta; los primeros, en cambio, están
completamente seguros de que lo somos. Y ese es su gran error. Resulta un
insulto a la inteligencia, incluso de la de quienes insultan a la inteligencia.
Porque la gente no es de nadie, salvo de la misma gente y de
sus canciones. La gente no se mete en política, sino al revés. Cuando la gente
entra en política deja de ser gente, ya es otra cosa, ni mejor ni peor, sino
distinta. Deja de ser música para convertirse en discográfica. Baste un ejemplo
cercano, aquí en Santiago, donde Compostela Aberta es, se dice, el gobierno ‘de
la gente’, de la calle, del pueblo. Lo aceptamos como tópico de compañía, pero
no es verdad. Porque estos son los mismos que desde hace tantos años que
semejan siglos, venimos viendo en los mismos lugares, a las mismas horas, con
los mismos colores y las mismas consignas, tras las mismas pancartas, con las
mismas ideas políticas y la misma voluntad de alcanzar las instituciones para
imponerlas. Pensar que una opción política que representa a una parte, muy pequeña, de la
gente es ‘la gente’, puede deberse lo mismo a un error que al acierto de algún
politólogo, pero nada más. De ahí el peligro, realmente cierto, de considerar
que la victoria electoral no ‘de la gente’ solo ha sido bendecido por las urnas
sino por el mismísimo Zeus Tronante. De ahí el desconcierto que provocan los
que anteayer nos decían que las instituciones no nos representaban y ahora sí,
y que pensar lo contrario, solo el pensarlo, sea anatema. Para entendernos, el dieciséis
por ciento de una ciudad no es la gente. Creer lo contrario no mueve a la
indignación, sino a la risa.
Porque de risa hablamos. Hacen mal quienes tras elecciones
enarbolan los banderines del miedo para alertar a la población de los peligros
que traen consigo los gobiernos de ‘la gente’. Hacen mal, decimos, porque no
deben atizar el miedo, sino la risa. Aquí nos reíamos cuando babeaban los autodenominados
gobiernos ‘de progreso’, nos reímos y no poco cuando Conde Roa, tanto más
cuando lo de la estafa del trébol, que también era un gobierno ‘de la gente’, y
no vamos a dejar de reirnos ahora. Porque la risa es la última ciudadela de la
libertad. Nos reímos de los mesías y de sus profetas, que si nadie es profeta
en su tierra se expropia y punto. Nos reímos de los salva patrias, de los
uniformados de la izquierda y la derecha, de los pensamientos únicos, de los
castradores de ideas y lenguas, de los sectarios. Nos reímos de Compostela
Aberta como antes lo hicimos del Pp y del Psoe, nos reímos de Martiño Noriega y su
dislexia política con las siglas. Nos reímos de todo lo que huela a podar la
libertad y nos reímos de aquellos que tratan de imponer la, al suya, libertad a
porrazos o sesiones de teatro comprometido.
Que nadie sienta miedo por lo que viene, sino risa. Porque
la risa es patrimonio solo de la gente. Los otros son charlatanes.
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario