Por Susana Díez de la Cortina*
Creo que fue Honoré de Balzac
el autor de aquella célebre frase que decía que el amante le enseña a la mujer lo que el marido
le oculta. Lo que la mujer no sabe es que en el fondo de casi todo amante lo
que se oculta no es otra cosa que un marido. Esta última paráfrasis me la
suscitó la lectura de una novela que acabo de terminar recientemente,
“Callejones de Arbat”, publicada este año por Editorial Verbum, en la que su autor, Antonio Álvarez Gil, que
no es ruso ni alemán ni francés pero -como si lo fuera- se adentra en esas
grandes pasiones extraconyugales en las que los amantes ocultan ser maridos,
nos relata una curiosa anécdota:
«¿Cómo explicar el estado del alma de
alguien que sabe perfectamente que está obrando mal con respecto a una de las
personas que más aprecia en el mundo y que, sin embargo, no quiere dejar de
hacerlo, al menos por el momento?¿Cómo acomodar eso en la conciencia de un
hombre que había presumido siempre de ser un hombre honorable, que amaba a su
esposa y a sus hijos por encima de cualquier cosa en el mundo?¿Existía acaso
algo que pudiera justificarme ante Vera, algún detergente capaz de lavarme la
conciencia y permitirme seguir disfrutando del cariño de mi familia sin perder
el de Dolores? En aquel momento, en medio de la fila de coches que llenaban los
cuatro carriles de la avenida, recordé de repente algo que hacía unos años
había visto en La Habana, cierta vez que caminaba por la calle Egido. Casi en
la esquina de Compostela descubrí un curioso cartel que colgaba sobre un sillón
de limpiabotas. El cartel, que había sido pergeñado sobre una cartulina y
escrito con letras de molde grandes e irregulares, rezaba: “LA CONCIENCIA SE
LIMPIA SE ARREGLA Y SE TIÑE DE CARMELITA”, así seguido y sin mayores aclaraciones.
¡Vaya filosofía!, me dije en el primer momento. Luego, releyendo el letrero
comprendí el mensaje lanzado por el dueño del negocio. El hombre le había dado
a su sillón el nombre de “LA CONCIENCIA”, y el resto de la frase conformaba el
listado de los servicios que ofrecía a sus potenciales clientes. Entre ellos
estaba, además de limpiar y arreglar sus zapatos, el de cambiar su color
tiñéndolos de carmelita, que es la palabra que en Cuba usamos en lugar de
marrón. Pensé que me habría hecho falta aprender un poco de aquel limpiabotas
cubano, de sus fórmulas para limpiar conciencias. Quizás entonces resultaría
más fácil presentarme ante mi esposa a la salida del aeropuerto de
Sheremétievo».
Más allá del guiño implícito en la
anécdota del limpiabotas cubano, lo cierto es que el - según Balzac- feliz aprendizaje de los amantes acaba
convirtiéndose en casi todas las novelas, sean de Tolstoi, Flaubert, Alas o
Mann, en un asunto de conciencia, y por ello tal vez sobre estas grandes
pasiones extramaritales pivoten por lo general otras profundas reflexiones
humanas: las cuestiones éticas, religiosas o políticas, con el tema de la
libertad de fondo (la misma libertad que ansían los amantes constreñidos por
las convenciones del matrimonio), que en la novela que he citado se imbrican
casi necesariamente junto con las amorosas en una compleja trama metaliteraria
-por sus páginas circulan entre otros Pasternak, Ajmátova, Brodsky, Tsvetáieva
y, sobre todo, Bulgákov- de desenmascaramiento
de la manipulación y la opresión y de exilio político de Cuba en tiempos de la glasnost y la perestroika . Pero más allá de este juego de muñecas rusas que es
la literatura dentro de la literatura, el autor de la novela nos está narrando
en primera persona parte de su periplo vital desde su Cuba natal a la Rusia
soviética, pasando por una prolongada estancia en Suecia para, finalmente,
recalar en el Levante de este país de gallegos que es España, desde donde
actualmente continúa escribiendo no muy alejado de esa línea del “yo soy yo y mis
circunstancias” trazada por otro famoso gallego -gallego como lo son todos los
españoles para los cubanos, se entiende-, Ortega y Gasset, que por cierto
escribió, y mucho, sobre el amor (sin echar cuentas, por ser filósofo y no
limpiabotas de la conciencia, sobre si éste surge dentro o fuera del
matrimonio, de los regímenes totalitarios, de los confesionarios de las
iglesias o de cualquier otro sitio).
Por
lo menos en la novela de Álvarez el asunto está asumido sin complejos de
superioridad porque, volviendo a la cita de Balzac, digo yo que hay una dosis
considerable de arrogancia masculina en el hecho de creer que un marido pueda
tener la capacidad de ocultarle a la mujer ciertas cosas ‘de alcoba’, y más aún
en la del amante para revelárselas. ¡Hombre!, eso les pasa solo a los gallegos
metaliterarios, porque el gallego de Galicia, que es gente de mucho mar, cuando
pesca una sirena la coge por la cola, le da la vuelta, la mira por delante y
por detrás y, ya se sabe, la tira otra vez al agua sin dudarlo. «¿Y por qué?».
Pues la respuesta del verdadero gallego, como también se sabe, no puede ser
sino otra pregunta: «¿Y por dónde?». Lo mismo le pasa a la mujer con el amante,
que le da unas cuantas vueltas, lo mira por aquí y por allá, ve el marido
agazapado y lo manda al cuerno. ¿Y por qué? Pues….ella sabrá, ¿o no?
*Susana Diez de la
Cortina Montemayor es filóloga, profesora de lengua española y directora
académica de AulaDiez español online (www.auladie.com)
2 comentarios:
Un verdadero ejemplo a seguir...
MAJE. NOVELDA.
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