Publicado en SANTIAGOSIETE el 21 de Diciembre de 2007
Resulta admirable comprobar el acierto del niño Jesús para nacer, precisamente, el día de Navidad. Pero aún más llamativo es ver cuántas cosas han cambiado desde entonces, excepto el Compos y Fidel Castro. Los pastores, por ejemplo, andan de mala leche con lo de la cuota láctea, los propietarios de los pesebres no duermen pensando en el alquiler, a los modernos reyes Herodes los detienen ahora en sus clínicas abortistas, en el coro de querubines se coló la señora Sonsoles y lo que beben los peces en el río es detergente. Pero siempre es bueno alegrarnos por estos días y no olvidar que en medio mundo no se celebran estas fiestas sino que se corre sobre ellas un tupido velo, modelo burkha. Cambian los tiempos, y las tarjetas de felicitación han dejado paso a las de crédito, hay ausencias que lo llenan todo y presencias que nos dejan un gran vacío, y en lugar de la virgen María hemos podido ver al siniestro Gadafi con sus vírgenes guerreras de camping. Con tantos acontecimientos no es de extrañar que el Rey lleve preparando su discurso de Navidad desde el jueves.
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También se dice que en los futuros belenes aparecerá la figura de un señor dando propina, como una evocación de otros tiempos. Lo cierto es que no siempre recordamos la magnitud de lo que de verdad se celebra, o se lamenta, pero ese será problema nuestro y no de lo que se conmemora. Porque a pesar de que la tacaña iluminación navideña que ha instalado el Concello parece más propia para una sesión de espiritismo por su escasez, resulta entrañable contemplar los árboles adornados al son de algún politono de villancicos deseándonos mucha salud tras el sorteo de la lotería. Días, en fin, de jolgorio y polvorones que nos llenan el alma de extrañas sensaciones y el cuerpo de kilos, de mejores deseos, añoranzas y esperanzas y, por qué no, el propósito de cumplir los buenos propósitos. Y mientras esperamos que al pobre muchacho de El Almendro le salga por fin un trabajo en su pueblo, seguro que si buscamos bien no nos faltarán motivos para desearnos felicidades, siempre que haya conejos para todos.
José María Sánchez Reverte
Resulta admirable comprobar el acierto del niño Jesús para nacer, precisamente, el día de Navidad. Pero aún más llamativo es ver cuántas cosas han cambiado desde entonces, excepto el Compos y Fidel Castro. Los pastores, por ejemplo, andan de mala leche con lo de la cuota láctea, los propietarios de los pesebres no duermen pensando en el alquiler, a los modernos reyes Herodes los detienen ahora en sus clínicas abortistas, en el coro de querubines se coló la señora Sonsoles y lo que beben los peces en el río es detergente. Pero siempre es bueno alegrarnos por estos días y no olvidar que en medio mundo no se celebran estas fiestas sino que se corre sobre ellas un tupido velo, modelo burkha. Cambian los tiempos, y las tarjetas de felicitación han dejado paso a las de crédito, hay ausencias que lo llenan todo y presencias que nos dejan un gran vacío, y en lugar de la virgen María hemos podido ver al siniestro Gadafi con sus vírgenes guerreras de camping. Con tantos acontecimientos no es de extrañar que el Rey lleve preparando su discurso de Navidad desde el jueves.
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También se dice que en los futuros belenes aparecerá la figura de un señor dando propina, como una evocación de otros tiempos. Lo cierto es que no siempre recordamos la magnitud de lo que de verdad se celebra, o se lamenta, pero ese será problema nuestro y no de lo que se conmemora. Porque a pesar de que la tacaña iluminación navideña que ha instalado el Concello parece más propia para una sesión de espiritismo por su escasez, resulta entrañable contemplar los árboles adornados al son de algún politono de villancicos deseándonos mucha salud tras el sorteo de la lotería. Días, en fin, de jolgorio y polvorones que nos llenan el alma de extrañas sensaciones y el cuerpo de kilos, de mejores deseos, añoranzas y esperanzas y, por qué no, el propósito de cumplir los buenos propósitos. Y mientras esperamos que al pobre muchacho de El Almendro le salga por fin un trabajo en su pueblo, seguro que si buscamos bien no nos faltarán motivos para desearnos felicidades, siempre que haya conejos para todos.
José María Sánchez Reverte
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