Las campañas institucionales en materia cultural, por lo general, suelen ser contraproducentes por su propia incoherencia. Solo nos basta con recordar aquella que invitaba fervientemente a la lectura, tal vez una de la más catastrófica de los penúltimos años si vemos que a día de hoy Ruiz Zafón se encuentra, además de en las sopas, entre los autores más comprados. Uno, que no es amigo de las citas salvo las que son a ciegas, comparte sin embargo con Wilde aquello de que para conocer la calidad y cosecha de un vino no es necesario beberse el barril entero, pues bastan unas páginas para catar el volumen con un margen de error perfectamente asumible. E incluso en ocasiones hasta eso podemos evitar según quién sea el que nos recomienda el libro maldito cuando, en uno de esos callejones oscuros de la amistad, el altruista amigo nos asalta armado con un implacable “es buenísimo”, “tienes que leerlo” y demás lindezas similares. Y lo que es peor, tampoco escasean aquellos que en su perfecta inconsciencia no dudan en facilitarnos uno de los tales ejemplares, no sabemos si para limpiar su estantería o su conciencia.
Es lo ocurre con el antedicho Zafón sin ser desde luego el único, pero sí con el agravante de reincidencia de quienes habiendo leído su primer gran éxito, en un arranque de amnesia o purgación colectiva aún se atreven con el segundo para congoja de lo los que ni tenemos criterio literario alguno ni ganas de tenerlo, es decir, aquellos que apenas tenemos la sensibilidad justa para acabar el día y nos conformamos con leer lo que nos viene en gana, generalmente libros de segunda mano y primera ojeada, de los de saldo y polilla.
Ciertamente que se hace perezoso buscar una razón a esa especie de alergia hacia los grandes éxitos editoriales, sin duda alguna infundada o propia de una diagnosis maniática, pero cuando uno conoce a fulanita o menganito basta con mirarle a los ojos y adivinar que acaba de fusilarse el último best-seller de marras y con la misma tenacidad de los de una película de abducidos te busca para que tú también lo leas. Si hubiera que inclinarse por una razón pseudocientífica para explicar esta neurosis no deja de ser interesante pensar aquello de “dime quién te aconseja libros y te diré dónde esconderte”. Pues eso.
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