viernes, 12 de diciembre de 2008

De La Ayudapublicadicción


Se nos hace extraña la mañana en que no se anuncian nuevas aportaciones dinerarias por parte de las distintas administraciones públicas como medidas, se dice, para paliar la actual crisis. Es cuando se habla de inyecciones económicas que, más que soluciones terapéuticas, debieran calificarse como dosis de estupefacientes.
Y es que se está convirtiendo esta sociedad en un cuerpo maltrecho en el que cada poco tiempo diversos sectores de la actividad económica precisan su dosis de dinero en vena para malvivir unos días, unas semanas más, inyecciones que lejos de arreglar la situación provocan una momentánea sensación de paz y desahogo que hace ver a esos sectores daltónicos la vida en colores, sin problemas, como un nuevo amanecer a cualquier hora del día. Un dinero arterial al que se están acostumbrando con perfiles de adictos pues no hay problema que se presente que no se cure, aparentemente, con el anuncio primero y la dosis después, de la jeringuilla monetaria. Y como ocurre con las adicciones, los tiempos de respuesta son cada vez menores, cada vez necesitan más cada menos tiempo, y los políticos que reparten esta droga pecuniaria lo saben y se hacen los encontradizos para que no les falte el pinchazo dulzón que evite que se alteren como monos ante una situación que nos rodea como indios a colonos en el oeste.
Unos créditos que, como la droga, pasaron de blandos a dura, que atenaza y hace ver que más allá de esas inyecciones sin esterilizar no hay futuro. Y allí están esperando en sus bancos los camellos para jorobarnos, con su papelina en papel de periódicos salmón, conocedores que tarde o temprano irán a buscarles. Saben que estas inyecciones no les solucionarán nada más allá de un corto tiempo, pero el alivio que producen es parte de su éxito. Y ocurrirá que cuando al fin el problema acabe se encontrarán enganchados a ese dinero falsamente samaritano. Será entonces tiempo de otro negocio no menos lucrativo cuando les, nos, cobren además por la desintoxicación, el tiempo de los tipos de interés. Y todo para al final acabar bajo tierra sepultados en una caja. De ahorros.

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