A Mercedes Rosón, sobre plano, se le puede dibujar con el dedo desde una perspectiva cabellera, y poder así ver de frente un perfil tallado con el orfebre cuidado de una cucharilla de postre, a la que le ha tocado bailar con la más bonita con su propio compás y sus reglas todavía de alumna aplicada, como quien danza en el mar nocturno y callado que es su pelo bajo una desatenta mirada zaina de las que solo algunos saben encontrarla como pepitas de azabache en el lecho de cualquier río, es quien guarda las llaves de la ciudad y de sus formas a escala y nueve dimensiones nuevas, una por cada sombra tejida con agujas de un reloj y el hilo de Ariadna que recorre nuestra zona vella y cálida como una combinación al llegar la tarde, serena a la que se busca cuando sale la luna niña a jugar a ser grande en los charcos de los planes xerais, dejando en el camino pedras de Santiago para saber volvernos por donde no hemos venido, sonrisa de ménsula al mirar atrás en la que poder escribir las memorias.
Y para cuando ya sea noche cerrada buscar donde la guarde su licencia de apertura y marchar de bicos pardos, la botella llena de agua del Leteo bajo el brazo.
Y para cuando ya sea noche cerrada buscar donde la guarde su licencia de apertura y marchar de bicos pardos, la botella llena de agua del Leteo bajo el brazo.
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