Cuando triunfó la Revolución en Cuba hace ahora cincuenta años, la Declaración Universal de los Derechos Humanos llevaba ya diez años guareciéndose como podía de las pedradas por esos mundos de Dios. Y es precisamente en estos días de cielo de plomo y frío de bisturí cuando el Concello de Santiago ha querido rendir pleitesía al gobierno revolucionario cubano asistiendo al acto que en conmemoración de su medio siglo de hazañas se ha celebrado en Compostela, todo ello en la ladeada persona de Mar Martín, vaya usted a saber por qué. O casi mejor no imagíneselo.
Lo cierto es que para la primera de las efemérides hemos de echar mano del calendario y para la otra, a este paso, de la prueba del Carbono Catorce. Porque algo tendrá la Cuba de los Castro cuando la bendicen, no solo los mojitos de doña Ánxela que tan bien parecen sentarle por como se la ve, sino porque pareciera que estemos a la espera de abrirse el testamento ológrafo revolucionario, el que aquellos barbudos escribieron en rojo desolación, y más de uno sintiera que alguna manda o legado pudiera llevar su nombre, una concesión, unos terrenitos, quién sabe. Como si fueran a sustituirse las cadenas perpetuas por las hoteleras, quién sabe. O se estuviera pensando en copiar a la copiona China en la creación de una situación de aparente libertad, la de comercio, con el mantenimiento de la oligarquía gobernante dictatorial, la tentación del partido único en lugar de jugarse el mando en una liguilla de campeones a doble partido.
El caso es que a más de uno le ha resultado extraña la complacencia compostelana en la celebración del aniversario de la Revolución, tal vez porque mientras no mueran Fidel y/o su régimen nadie se atreva a hablar de la caribeña memoria histórica, o bien por reminiscencias ideológicas especialmente siniestras, de izquierdas se entiende, o por hacer la pascua, en estas fechas precisamente, a la derecha. Total, así se cumple el papel debido con el ala moderadamente radical de la izquierda y puede que con algún voto extra en el zurrón, y nadie en su partido, por esas cosas que pasan, se va a extrañar por dicha asistencia. Pero lo dicho, quién sabe.
Lo cierto es que para la primera de las efemérides hemos de echar mano del calendario y para la otra, a este paso, de la prueba del Carbono Catorce. Porque algo tendrá la Cuba de los Castro cuando la bendicen, no solo los mojitos de doña Ánxela que tan bien parecen sentarle por como se la ve, sino porque pareciera que estemos a la espera de abrirse el testamento ológrafo revolucionario, el que aquellos barbudos escribieron en rojo desolación, y más de uno sintiera que alguna manda o legado pudiera llevar su nombre, una concesión, unos terrenitos, quién sabe. Como si fueran a sustituirse las cadenas perpetuas por las hoteleras, quién sabe. O se estuviera pensando en copiar a la copiona China en la creación de una situación de aparente libertad, la de comercio, con el mantenimiento de la oligarquía gobernante dictatorial, la tentación del partido único en lugar de jugarse el mando en una liguilla de campeones a doble partido.
El caso es que a más de uno le ha resultado extraña la complacencia compostelana en la celebración del aniversario de la Revolución, tal vez porque mientras no mueran Fidel y/o su régimen nadie se atreva a hablar de la caribeña memoria histórica, o bien por reminiscencias ideológicas especialmente siniestras, de izquierdas se entiende, o por hacer la pascua, en estas fechas precisamente, a la derecha. Total, así se cumple el papel debido con el ala moderadamente radical de la izquierda y puede que con algún voto extra en el zurrón, y nadie en su partido, por esas cosas que pasan, se va a extrañar por dicha asistencia. Pero lo dicho, quién sabe.
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