Usted ya debiera saber a estas alturas que si compra un determinado cortaúñas con airbag, unas bragas de esparto o papel higiénico de cierta marca habrá contribuido a ayudar con unos céntimos a algún niño desfavorecido del remotísimo tercer mundo. Y que si la compra es de productos de otra marca comercial usted, y perdónenos por la crudeza, será un monstruo de siete suelas. De aquella forma usted habrá puesto su granito de arena al desarrollo de los más desfavorecidos para que al final quede, pues eso, un montón de granitos de arena.
Estas iniciativas beneméritas provocan en no pocas ocasiones efectos perversos en la ciudadanía, trastornos de conciencia o risitas, según la perversión del sujeto predicado, y en cualquier caso una sensación de desasosiego frente a lo que para algunos es un chantaje moral con casi todas las de la ley. E indudablemente una de las consecuencias de despojar a una fecha de su significado auténtico, como es la Navidad, para la que aún no se ha encontrado la fórmula exacta que compagine la dicha de estos días con el conveniente y saludable aseo laico, pero intentarse se intenta, que conste. Y es que en estos asuntos cuando se pierde el norte hay que echar mano del este u este para llenar el vacío que dejan las conciencias llenas de aire.
Eso sí, que nadie piense que únicamente se habla de fórmulas magistrales de excelencia empresarial, que el gen del chantaje también habita en el mundo de la política de chaquetas y comisiones. Y si no, basta escuchar a aquellos oradores que han hecho de la llamada “política social” una buena nueva, buenísima para ellos, al grito ese de “o me votáis a mí o se acaban las prestaciones sociales, la solidaridad…” ¿Les suena?
Estas iniciativas beneméritas provocan en no pocas ocasiones efectos perversos en la ciudadanía, trastornos de conciencia o risitas, según la perversión del sujeto predicado, y en cualquier caso una sensación de desasosiego frente a lo que para algunos es un chantaje moral con casi todas las de la ley. E indudablemente una de las consecuencias de despojar a una fecha de su significado auténtico, como es la Navidad, para la que aún no se ha encontrado la fórmula exacta que compagine la dicha de estos días con el conveniente y saludable aseo laico, pero intentarse se intenta, que conste. Y es que en estos asuntos cuando se pierde el norte hay que echar mano del este u este para llenar el vacío que dejan las conciencias llenas de aire.
Eso sí, que nadie piense que únicamente se habla de fórmulas magistrales de excelencia empresarial, que el gen del chantaje también habita en el mundo de la política de chaquetas y comisiones. Y si no, basta escuchar a aquellos oradores que han hecho de la llamada “política social” una buena nueva, buenísima para ellos, al grito ese de “o me votáis a mí o se acaban las prestaciones sociales, la solidaridad…” ¿Les suena?
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