miércoles, 11 de febrero de 2009

Un Té con María Castro


Apenas nos resulta conocida la proverbial mezcla de hambre e insensatez de aquel que en la noche sin luna de los tiempos se preparó el primer té de la historia. Hoy, cuando el hombre cree tener dominados la botánica y los placeres, la mágica infusión da pie a darnos la mano de la bebida compartida, un tiempo de recreo litúrgico de ritual y sentidos, un goce para todos los tiempos libres y las mentes cautivas.
María Castro no se encuentra en bolsitas sino en cajitas de pandoritas, parecidas a las de música pero con el pelo incandescente como los restos de un brasero en la oscuridad de los dormitorios de los amantes. Recogida y moldeada como un mazapán de terciopelo pálido como una bocanada de cigarrillo, que unas manos sabias y divinas dieran forma como al dulce, agarrada las manos a un cíngulo de nazareno y seda que dejamos sobresalir de la taza de un barro de lluvia y rocas. Es la forma de una mujer acaso desnuda que se abraza las piernas, si es que tanto pudiera verse bajo las sábanas sin necesidad de soñarlo.
Calentar agua para este té es hacerlo apretándola con fuerza hasta oírla quejarse, como queriendo hacer confesar a una piedra su culpa, amenazándola, azorarla hasta sacarle los colores y hervir como si en su fondo se estuviese ahogando el alma de un condenado a suerte, sabiendo que estará a punto, suspensivo, cuando nos llegue el sonido como del aleteo nervioso de un gorrión. Y es ahí, en ese vaso de agua en que nos ahogamos bajo el peso de nuestros deseos, donde colocamos a María para que el fuego haga salir la esencia de esta gallega, y atentos los ojos apenas unos segundos nos permiten ver cómo el líquido comenzara a tornarse azul, un azul intenso como un grito, como sumergirse en el Atlántico frío que nos comprime pulmones y virilidad, son sus ojos que empiezan a impregnar la bebida como una tintura que cayera en un agua distinta primero y tomándola para sí después, y luego es el rojo de un pelo nacido para bandera, y basta dejar reposar hasta la plateada embriaguez.
Al final, servir y tomar. Entonces comprenderemos la teoría de la evolución.

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