Flora Y Fauna Gallega (XXIX): Guadalupe Rodríguez

Guadalupe Rodríguez es una mujer contagiosa, como la prisa, la que mueve las manos de quien rebusca una batuta en la niebla, la regla del aula que es toda Compostela y sus tareas extraescolares desde el estrado de brisa de Raxoi, que es una de las ventajas de tener los pies en los cielos, pisando las estrellas como se pisan las piedras para cruzar cualquier río al Alba, con calificaciones de progresista adecuadamente y delegada nupcial de los amores que nacen eternos hasta que se acaban, frenética como un desenlace de novela negra y apacible como la sombra de un castaño en la canícula, mirada de almendra por garrapiñar y perfiles de nubes por sus ocho costados y medio, cabellos de mosto y voz como los mallos que nos adornen el alma cuando llega su tiempo.
Y es que es Guadalupe el traje a medida de la política municipal, un perfil al bies desde arriba, una canción en voz baja con notas de un sol sostenido y do de pecho con que bailar agarrándose a una lengua por normalizar y otra que es la calidez de las fresas en su sazón, la frescura al romperse de la última gota de una tormenta, una declaración de finales en seda, una asignatura pendiente de la educación en la que, como maestra, quisiéramos que nos avisara para enseñarnos a todo lo que sabe, fingiéndonos malos alumnos para poder repetir.