Olga Pedreira se nos llegó cuando la melancolía de Santiago se encarnó desde el fondo de un charco de plata de lluvia, se visitó y echó a andar y encontrándola imaginada en las esquinas de los besos donde se encuentran los aires bajo ménsulas y blasones de piedra eterna como las almas, guardiana y serena del corazón de una ciudad que apenas cabe en unos ojos de caramelo que son ese otro escudo tan noble y villano salida de canteras donde viven las leyendas, las compañas y supura el licor que acaba por transformase en labios, cuando un granito no hace monumento pero ayuda.
Es Olga uno de los soportales cuando llueve o una boca que son unas obras completas, la sinfonía del viento que silba en mangas de camisa ayuna de botones, el castaño de un flequillo como telón de un teatro con lareira, el sazón de laurel y la silueta de levadura y harina, jardinera de los musgos y reina en el ajedrez de las losas de este tablero que paseamos entre suspiros de mañanas y la humedad de ojos ebrios, el rostro amable del laberinto de calles sin Minotauro que abrevar que es pensarla y tomarle un hilo suelto y tirar de él hasta hacer un ovillo y dejarla, así, como en un ritual de peregrino en el que querer dejar, también, las manos.
Es Olga uno de los soportales cuando llueve o una boca que son unas obras completas, la sinfonía del viento que silba en mangas de camisa ayuna de botones, el castaño de un flequillo como telón de un teatro con lareira, el sazón de laurel y la silueta de levadura y harina, jardinera de los musgos y reina en el ajedrez de las losas de este tablero que paseamos entre suspiros de mañanas y la humedad de ojos ebrios, el rostro amable del laberinto de calles sin Minotauro que abrevar que es pensarla y tomarle un hilo suelto y tirar de él hasta hacer un ovillo y dejarla, así, como en un ritual de peregrino en el que querer dejar, también, las manos.
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