De Sus Pestañas

Porque la verdad ya no importa cuándo la vimos ahora que todos los días son ahora y la arena de los relojes, inútiles, apenas están ya ocupados por bañistas. No importa cuando el recuerdo ha quedado como cien latigazos en los costados de los sueños del abrir y cerrarse las pestañas de eMe, cien barrotes a los que uno se agarra en su cadena imperpétua, esa empalizada que rodea sus ojos, oscuros como una poza en que a la noche van a beber las reses, las cogitans, pestañas como una carga de lanceros, ventanas enrejadas por las que se llega a ver el negro de unos cabellos largos hasta donde alcanza una legislatura, un campo sembrado de espigas granadas de suspiros que se mecen caprichosas al aire, ojos que abren y cierran con sus cien, sus mil dedos afilados, mástiles donde dejar a secar las ropas después de ir y volver de cosechar rayos de sol, pestañas que rasgan los aires, el telón del teatro de su iris que se alza para mirar la función que es mirarla, cien sables de negro acero que al rozarse entre sí marcan el ritmo de unas soleá por compostelas (si el demiurgo de los deseos tolerara tamaño atrevimiento)
Porque es verla e ir prestos a pedir, o suplicar, una orden de acercamiento.