A día de hoy habría que darles la razón a los que piden una Facultad de Medicina propia en A Coruña. Y otra en Vigo. Y otra en Boimorto. Y así. Porque si la Facultad de Santiago fuera un foco real de atracción científica e investigadora y no un mero locutorio para apuntes, la anterior propuesta parecería ridícula. Si estudiar medicina fuera un honor y su docencia una responsabilidad y su claustro no pareciera un cementerio de elegantes, esta cuestión ni se plantearía. Y si, en fin, se aumentara el nivel de exigencia académica y autonomía investigadora en lugar de estar sobre ascuas a expensas de las sardinas políticas, la polémica ni existiría.Pero no, del huevo de oro de la gallina de la despreocupación está naciendo un nuevo monstruo administrativo hambriento de presupuesto y con la idea, bien clara, de que expeler títulos puede resultar una actividad muy rentable. Y sin embargo, del diagnóstico de las vampíricas propuestas reivindicativas presentadas estos días solo puede extraerse una voluntad, casi patológica, de cierto oportunismo claustral del que no resulta fácil concluir si en realidad se trata solo de un problema de carencia, ya sea de facultades de medicinas, o mentales, y si pita, pues eso que se llevan. Pero lo cierto es que quienes plantean a estas alturas de siglo semejantes propuestas revelan una falta, o un exceso, de tacto rectoral porque los argumentos reales que esgrimen resultan, médicamente, un tanto hipocratillas. Será cosa de haberse quedado dormido en el cargo, porque entonces ocurre que se pasa de sentar cátedra a no querer levantarse de ella.
Publiado en SANTIAGOSIETE el 23 de Octubre de 2009
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