Hay a quienes la cita con la Historia, como los enamoramientos definitivos, le llega varias veces al día. Una de estas citas será precisamente la bienvenida del Año Santo que ya golpea la aldaba de la Puerta, también santa, de Santiago, santa tal vez porque se abre en todas las direcciones, adentro y afuera, o porque en ella caben todos los hombres a un tiempo y aún sobra espacio para los que vendrán ayer. Un Año Santo que ya contamos en nuestros relojes de lluvias y luna y que durará tanto como el último de nosotros, un Año como una salida de sol a cada instante que cosechará las rúas hoy sobre las mismas pisadas de hace mil años y un día, piedra redondeada de suelas y suspiros bajo un cielo que llueve de alegría.
Y a este Año cada cual lo anhelará a su antojo, espiritual, económico, universal, tantos tonos de grises como almas de recién nacidos caben en la Quintana de los vivísimos, un brillante de tantas caras que harán falta otros once años para que vuelva a asomarse por la mirilla de esa puerta del Perdón, del perdón por no haber podido venir antes.
Si la Compostela que se conforma con ser figurante despertara quizá pudiera ver, aun entre bostezos, que el mundo la mira. Y se sonrojaría como el protagonista que siempre llega tarde a su estreno.
Y a este Año cada cual lo anhelará a su antojo, espiritual, económico, universal, tantos tonos de grises como almas de recién nacidos caben en la Quintana de los vivísimos, un brillante de tantas caras que harán falta otros once años para que vuelva a asomarse por la mirilla de esa puerta del Perdón, del perdón por no haber podido venir antes.
Si la Compostela que se conforma con ser figurante despertara quizá pudiera ver, aun entre bostezos, que el mundo la mira. Y se sonrojaría como el protagonista que siempre llega tarde a su estreno.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 31 de Diciembre de 2009
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