A pesar de que nunca escampa a gusto de todos, mucho ha llovido desde que aquel periodista tan británico, Chesterton, se convirtiera al catolicismo, según contaba, tras haber visto rezar a una anciana irlandesa. El misterio de la religiosidad no impide sin embargo que, si se le agita, suene a euros contantes y malsonantes, una especie de reintegro gongorino por el oro amarillo que como cualquier evento, como pueda ser la próxima visita del Papa, provoque unos beneficios que a algunos puede salpicar pero que a otros hasta puedan faltarles dedos, de los de libre nombramiento, para contar tan beatíficos beneficios entre quienes no se cortan un pelo para colocar cepillos a cada paso, y quienes buscan su hueco en el mundo para gritar que quieren estar fuera de él. Hubo un tiempo en que la simonía como negocio de lo sagrado se castigaba con el asco social pero hoy, cuando hasta no pagar las deudas se considera un acto de madurez, no deja de ser una actividad más, ya sea de provecho económico o de rédito electoral a favor o en contra del acto en cuestión. Asistimos así atónitos a nuestras disputas compostelanas por saber quiénes se sentarán en la Catedral a la izquierda o a la derecha del santo padre mientras pensamos en otras tantas almas buenas a las que un decadente Sabina les canta que ‘el día del Juicio, Dios será su abogado de oficio’.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 15 de Octubre de 2010
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