Hubo un tiempo en el que unas veces insultaba quien podía y otras quien quería, pero hoy es capaz de hacerlo por afición cualquiera que tenga un rato libre. De aquel entonces a este hoy lo único que ha cambiado es la falta de originalidad y picardía, tal vez porque ya no quede claro qué es un insulto y qué un cumplido, pues pocas veces puede encontrarse esfuerzo creativo alguno en quien insulta lo que provoca que el insultado se sienta además, y con toda razón, ofendido.
Esto es lo que hemos visto en los últimos días a propósito de una nueva e incesante ministra y de un ministro cesante en situaciones estrambóticas pero igualmente injuriosas de la que solo cabe sacar dos conclusiones. Primero, que las ventas noveleras del académico insultante puede que no vayan demasiado bien ahora que caerá en desgracia social tras meter la pata sacando los pies del tiesto. Y segundo, que la ministra solo está rodeada de ratas chillonas y no ha tenido un hombre de verdad a su lado que, en el silencio de los duelos, haya ido junto al alcalde procaz y sin mediar palabra le partiese el alma en tres después de haberle hecho tragar su propia lengua para que muriese envenenado. Lo único claro es que, se mire como se mire, parece que si usted no es insultado públicamente hoy en día, usted no es nadie en el circo mediático.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 29 de Octubre de 2010
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